1/2- Masculino genérico ¿un artilugio lingüístico patriarcal? (por Jan Doxrud)

1) Masculino genérico ¿un artilugio lingüístico patriarcal? (por Jan Doxrud)

En este artículo abordaré específicamente el tema del genérico masculino y, por ende, no tratará sobre aquel tema más amplio que es el del lenguaje inclusivo. Para ello haré referencia principalmente al excelente libro del periodista Alex Grijelmo titulado “Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo”. Dicho esto, en lo que sigue, abordaremos qué es el masculino genérico y cómo se originó, para posteriormente evaluar si realmente estamos ante una especie de artilugio ideológico machista que pretende invisibilizar a la mujer. 

Lo que aquí se defenderá es que ese supuesto artilugio no existe, por lo que no fue una ideación deliberada a lo largo de los siglos para imponer un dominio patriarcal sobre el lenguaje. Otro punto importante es que, si bien existen casos en que se puede utilizar el femenino (por ejemplo decir “ser humano” en lugar de “hombre”, aunque comenzaríamos con el problema si debe ser humano y “humana”), hay que ser precavidos en no caer el lenguaje duplicativo que solo viene a complicar más la manera en que nos comunicamos, además de socavar la economía lingüística.  

Como señaló la RAE, aquella tendencia a desdoblar indiscriminadamente el sustantivo en su forma masculina y femenina atenta contra el principio de economía del lenguaje. Añade, por lo demás, que tal tendencia se basa en razones extralingüísticas, de manera que deben evitarse tales repeticiones (o duplicaciones) puesto que “generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican”.En síntesis, para la RAE, el denominado “lenguaje inclusivo” constituye “un conjunto de estrategias que tienen por objeto evitar el uso genérico del masculino gramatical, mecanismo firmemente asentado en la lengua y que no supone discriminación sexista alguna".

Como he señalado en otros artículos, en nuestro días estamos enfrentando nuevos reduccionismos. Con esto quiero dar a entender que se pretende explicar fenómenos complejos y multifactoriales reduciéndolo a uno de sus constituyentes. Por ejemplo tenemos aquellos que reducen los problemas sociales al “género” y otros al “lenguaje”. En el caso de este último tenemos aquella frase que reza “el lenguaje crea realidad”. 

Los problemas económicos, sociales o políticos no tienen  soluciones lingüísticas, como parecen creer algunos, de manera que hay fenómenos sociales que trascienden el mundo del lenguaje. Reducir al ser humano al lenguaje es caer en la misma falacia de señalar que somos solo nuestros genes o aseverar que somos una tabula rasa sobre la cual podemos modificar al ser humano como arcilla.

La Doctora en Lingüística chilena, Adriana Bolívar – en un paper titulado “Una introducción al análisis crítico del lenguaje inclusivo” (2019) – señala que es necesario diferenciar entre lenguaje inclusivo y exclusión social, puesto que necesitan un abordaje teórico y metodológico diferente: en un caso con el foco en el lenguaje y su uso, y en el otro, con atención a las relaciones de poder en la política. 

El problema con esto es que ciertos colectivos y académicos han llevado esta frase de que el “lenguaje crea realidad” a extremos simplemente intolerables para cualquier persona dotada de un mínimo de racionalidad (aunque en virtud del polilogismo que lo acompaña, se me acusaría de guiarme por una racionalidad “patriarcal). Sin duda el lenguaje es relevante y tiene repercusiones en la realidad, pero dar el salto cuántico y afirmar que el lenguaje crea realidad – y no en un sentido metafórico – es un extremismo ingenuo, puesto que la conclusión lógica sería que la realidad puede cambiarse cambiando el lenguaje, de manera que la revolución debe ser lingüística.

En un artículo del diario “El País” (2012), la escritora Laura Freixas señala que en sus orígenes en el siglo XVIII, el feminismo “creyó que la igualdad entre los sexos se conseguiría mediante la igualdad política, jurídica y educativa”. Pero añade que, cuando por fin se pensó que lo anterior se había conseguido, resultó que en la práctica, las mujeres están muy lejos de la igualdad real. Paso seguido Freixas señala que la raíz del problema hay que buscarlo en la cultura, siendo esta última “la ilustración figurativa de lo que el lenguaje expresa a un nivel más abstracto: la jerarquía entre los sexos y el monopolio de la condición humana por parte del varón”. 

Frente a esto, cabe señalar que tal afirmación es poco precisa y exagerada. Poco precisa ya que no especifica que vendría a ser esa “igualdad real”, es decir, cómo sería ese mundo que imagina Freixas en donde las mujeres gozarían de esa igualdad “real”. Junto a lo anterior, la escritora habla de las mujeres “en general”, cuando en el mundo real la situación de las mujeres varía de acuerdo a diversos factores como condición socioeconómica, etnia, orientación sexual, etc. Por lo demás, pareciera que los hombres “en general” gozaran de una especie de status privilegiado frente a las mujeres, lo cual es falso.

Como veremos, resulta ser falso que el lenguaje inclusivo traería mayor igualdad puesto que, si fuese cierto,  en Irán o Turquía deberían haber mayores niveles de igualdad entre hombres y mujeres. Tampoco la pobreza será resuelta cambiando aquel concepto por un eufemismo más tolerable y amigable. Por último, y lo más importante es que no todo es lenguaje, de manera que nosotros y la realidad no somos discursos o textos. En mi artículo sobre la racionalidad ya advertí sobre esta excesiva relevancia que se le ha dado al lenguaje, la cual puede evidenciarse en los escritos de Heidegger, Derrida y otros académicos del ámbito de las Humanidades.

Martin Heidegger y Jacques Derrida

Podemos escuchar varios otros mantras que son interpretados “al pie de la letra” por algunas personas:

a) No existen hechos, sino que sólo interpretaciones. Esto se ha llevado del plano lingüístico al ontológico y antropológico, en donde existe una suerte de rebelión contra cualquier rótulo o etiqueta. Así, tanto la realidad como el ser humano son potencialidad pura, un gerundio radical y, en el caso del ser humano, no existiría ningún núcleo sólido o un sujeto estable, de manera que queda completamente disuelto.

b) No existe nada fuera del lenguaje, todo es una construcción lingüística ( en su versión más fuerte están aquellos que consideran a las ciencias como un discurso más entre otros, sin ningún tipo objetividad y pretensiones de validez en relación a otra clase de discursos)

c) El lenguaje es la casa del ser, de manera que el mismo ser humano tiene un fundamento lingüístico y todo lo guarde relación con lo humano se resuelve por medio del lenguaje.

d) El mundo se constituye por medio del lenguaje.

Parafraseando a George Berkeley, tenemos que “ser es ser hablado”, de manera que la existencia queda supeditada al lenguaje

En ese mismo artículo señalo que el reduccionismo lingüístico puede llevarnos a mal entendidos, como es el error de  reducir la razón al lenguaje e incluso la ciencia. Por lo demás, como el lenguaje estaría bajo el yugo del patriarcado, entonces el pensamiento y nuestra manera de razonar también seríam meras ideologías patriarcales, frente a las cuales se le puede oponer una razón o lógica matriarcal. Algo similar su sucedía con el nazismo y el comunismo, en donde la lógica, el arte y la ciencia se dividía en aria/judía o proletaria/burguesa. En suma lo anterior se traduce en la destrucción de la objetividad y la verdad (puesto que ambos serían meros epifenómenos del poder)

Esto es lo que el intelectual y economista austríaco Ludwig von Mises (1881-1973),  denominó como polilogismo, esto es, la existencia de múltiples lógicas que operaban en función de la nación, raza, cultura, clase social y ahora podemos añadir el género. En otras palabras y puesto en términos negativos, el polilogismo no es más que la destrucción de la razón y de cualquier intento de construir criterios para poder interpretar la realidad e manera compartida. El mundo quedaría fragmentado en tantas interpretaciones como egos que habitan el planeta.

En su libro, Alex Grijelmo, siguiendo a otros expertos como la argentina Beatriz Sarlo, señala que la historia de las lenguas nos enseña que tanto los cambios en el habla como en la escritura no pueden imponerse “top-down” desde la academia o desde un movimiento social, independiente de cuán justas puedan ser sus reivindicaciones. Más adelante añade Grijelmo:

“Las lenguas evolucionan, es cierto. Pero lo hacen con suma lentitud y por abajo, no desde arriba. Y sin duda resultará más fácil conseguir por fin una sociedad igualitaria que imponer un nuevo morfema flexivo a millones de hablantes”.

Por su parte, Adriana Bolívar afirma:

“Uno de los argumentos de quienes promueven el uso del lenguaje inclusivo es que las diferencias entre mujeres y hombres, la discriminación, subvaloración, invisibilidad y omisión de la mujer (androcentrismo, sexismo y ginopia) se encuentran codificadas de manera permanente en el sistema de las lenguas (…) con el resultado de que se responsabiliza en gran parte a las lenguas mismas y no a las personas (hombres y mujeres) que usan una lengua particular. Se obvia el hecho de que las lenguas cambian de manera natural para adaptarse a las variaciones sociales, y a los significados que surgen en la interacción social, y que luego son incorporados en las gramáticas y diccionarios. 

Álex Grijelmo

En un artículo para “El Mundo”, el filólogo español Luis Alemany detaca una paradoja y es que los partidarios del cambio defienden la idea de que el idioma pertenece a los hablantes y que si estos quieren usar la -e, entonces las las «élites normativas» (como la RAE) no tienen por qué frenarles. Pero sucede que sus detractores señalan que, paradójicamente, son justamente  las élites académicas las que pretenden  imponer “una revolución desde arriba que, en realidad, nadie demanda”. 

Por su parte, Darío Villanueva, profesor Emérito de la Universidad de Santiago de Compostela, nos recuerda en su libro  “Morderse la lengua. Corrección política y posverdad”,  la figura del lingüista ruso Nikolái Marr (1865-1934). Siguiendo y aplicando la teoría marxista al lenguaje, señalaba que el lenguaje era parte de la superestructura ideológica de la sociedad burguesa, de manera que la revolución debía sustituir esa superestructura lingüística propia del régimen zarista y sustituirla por un nuevo lenguaje. Marr se desempeñó como Director de la Biblioteca Nacional y vicepresidente de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Desde su puesto de poder elaboró su teoría monogenética o “jafética” del lenguaje”. De acuerdo a Marr, el triunfo del comunismo significaría la unión de todas las lenguas en una. 

Para desgracia de Marr había una persona que no concordaba con sus ideas, y que resultó ser el dictador Stalin, bajo quien finalmente cayó en el olvido. Stalin en “El marxismo y los problemas de las lingüística” afirmaba que la lengua no era parte de la superestructura, sino que era fruto de la historia del pueblo ruso y que, por ende, no podía ser cambiada o sustituida (y no tenía un carácter de clase). En palabras de Stalin:

“La superestructura la constituyen las concepciones políticas, jurídicas, religiosas, artísticas y filosóficas de la sociedad y las instituciones políticas, jurídicas, etc., etc., que les corresponden (…) En este sentido la lengua se diferencia esencialmente de la superestructura. Tomemos, por ejemplo, la sociedad rusa y la lengua rusa. En el curso de los 30 años últimos, en Rusia ha sido destruida la vieja base, la base capitalista, y construida una base nueva, una base socialista. En consonancia, ha sido destruida la superestructura de la base capitalista y creada una nueva superestructura, que corresponde a la base socialista. Por consiguiente, las viejas instituciones políticas, jurídicas y otras han sido reemplazadas por instituciones nuevas, socialistas. Sin embargo, la lengua rusa ha continuado siendo, por su esencia, la misma que era antes de la Revolución de Octubre”.

Continuemos. En nuestra lengua existen tres géneros – masculino, femenino y neutro – pero sucede que el neutro queda representado por el masculino. Por ejemplo, si usted es un bombero y está indicando a una multitud que abandonen un área peligrosa por la cercanía del incendio dirá apresuradamente:  “Por favor, les pido que todos salgan y se dirijan hacia esa área donde podrán ser evacuados”. Pero el hecho de que le bombero utilice “todos”  y “evacuados”   no significa que le esté hablando solamente a los hombres y, seguramente, las mujeres también seguirán las indicaciones del bombero (no dirán “el bombero solo le está hablando a los hombres”). 

Pero quizás otra persona con cierta hipersensibilidad lingüística nos dirá que el bombero tiene la obligación de decir “Por favor, les pido que todos y todas salgan y se dirijan hacia esa otra área donde podrán ser evacuados y evacuadas”. Como ya señalé y examinaremos más adelante, aquí se cae en un ejercicio de duplicación del lenguaje junto a una violación del principios de economía del lenguaje (más aún cuando hay vidas amenazadas por un incendio). En virtud de lo anterior debemos preguntarnos ¿acaso realmente el genérico masculino busca invisibilizar a la mujer y, de hecho, sale victorioso en su cometido?

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