2/2- Masculino genérico ¿un artilugio lingüístico patriarcal? (por Jan Doxrud)

2) Masculino genérico ¿un artilugio lingüístico patriarcal? (por Jan Doxrud)

El ya mencionado Alexis Grijelmo comienza el capítulo 1 de su libro con el concepto de “prototipo” que, etimológicamente, significa “primer tipo”, en otras palabras, un modelo. Grijelmo nos presenta un primer ejemplo en donde se le pide a unos (¿unas?) estudiantes que dibujen a una persona. El resultado fue que los pequeños (¿pequeñas?) estudiantes trazaron líneas para el cuerpo, brazos y piernas, y un círculo representando la cabeza. A partir de este resultado el autor se pregunta si tal dibujo excluye a quienes carecen de alguna de sus extremidades, es decir, ¿serían excluidos del concepto de persona? Qué sucede con las personas colorinas, rubias, morenos, indígenas o asiáticos…¿quedan también excluidos? La respuesta es negativa, puesto que tal dibujo, como ya se señaló, seria un prototipo. En palabras de Grijelmo:

“Usamos los prototipos a diario en la imaginación, y vemos a menudo en nuestro entorno los equivalentes de casa, de árbol, de automóvil…También al hablar nos manejamos con ellos para presumir nuestras ideas, porque de otro modo el lenguaje constituiría un engorro inútil”.

Más adelante añade:

“Nuestra mente se dirige al prototipo como una forma de resolver con sencillez la representación de conceptos. Y los prototipos funcionan, por tanto, como una herramienta sencilla de comunicación. Sencilla pero no exacta”.

El autor presenta otro ejemplo en donde se le pide a los estudiantes que dibujen a una mujer. Aquí nuevamente trazaron las líneas y el círculo, pero añadieron una falda. En primer lugar tenemos que este prototipo de mujer no excluía las mujeres que utilizaran pantalones, así como tampoco a aquellas que carecieran de una extremidad

En segundo lugar tenemos que este prototipo de mujer difería del prototipo de “persona”, pero más interesante resultó ser que este último prototipo se transformó en la representación de un hombre. Esta es la idea medular del libro de Grijelmo y es que aquellos que estudian los orígenes remotos de la lenguas saben que el género femenino, como uno de carácter específico, fue el que creó el género masculino. Así, el autor repite varias veces a lo largo de su libro esta idea central. Tenemos que, en virtud de esta, el uso del genérico masculino no es fruto del dominio de los hombres en la sociedad, puesto que, en primer, lugar apareció un genérico primigenio se transformó por exclusión (frente al femenino) en masculino. 

Grijelmo explica que la protolengua denominada indoeuropeo – de donde provienen la mayor parte de las lenguas occidentales – constaba en un principio de dos géneros: uno para los seres animados y otro para los inanimados. Fue con el tiempo que irrumpió el femenino, por ejemplo, cobró relevancia dentro de las comunidades ganaderas, puesto que tener más yeguas era más valioso debido a su potencial reproductivo. También fueron las mujeres las que aseguraban la descendencia por lo que tuvieron una relevancia fundamental para la perpetuación de la comunidad. En palabras del autor:

“Así, a partir del genérico para seres animados que existió en el indoeuropeo se añadió la marca para el femenino, mientras que el masculino se quedó la marca cero (o morfema cero). Aportaré un ejemplo anacrónico con la intención de ilustrar esa idea. De la palabra genérica trabajador sale trabajadora, pero ello no obliga a crear trabajadoro. El masculino y el genérico se quedaron con ese morfema cero que fue ocupado por una – a para el femenino”.

De acuerdo con lo anterior,Grijelmo afirma que la idea,por parte de algunos colectivos feministas, de interpretar el genérico masculino como una forma de opresión patriarcal es simplemente “proyectar sobre el idioma algunos problemas y discriminaciones que se dan en ámbitos ajenos a él”. Este afán de obsesionarse por crear un femenino para cada palabra es lo que lleva al autor a hablar de lenguaje duplicativo. Este es un rótulo que el académico español Pedro Álvarez de Miranda aborda en su libro “El género y la lengua”. En este, el autor explica que el fenómeno del “desdoblamiento o duplicación” de elementos lingüísticos, que tiene como objetivo alcanzar el igualitarismo de género erradicando el sexismo lingüístico, se enfrenta al problema de que es muy difícil, sino imposible, de llevar a la práctica debido a sus consecuencias. 

Esto lo podemos ver en nuestro día a día en donde aquellos mismos que defienden este lenguaje son los primeros en no cumplir las reglas que se autoimponen (e imponen a los demás). En mi país (Chile) durante una toma feminista de la Casa Central de la Universidad Católica, llamó la atención las declaraciones de la vocera Raquel Ortiz que, por intentar hablar usando el lenguaje inclusivo, comienza a incurrir en errores notorios, lo cual no pasó desapercibido. Por ejemplo en primer lugar señala que “nosotras no estamos abiertos”,para inmediatamente autocorregirse y afirmar “nosotres no estamos abiertos o abiertes”. Incluso se le puede ver en sus gestos lo complejo que le resulta hablar[1].  Así, sus mismos proponentes son poco constantes y caen en contradicciones. Grijelmo nos da los siguientes ejemplos de los presentadores de los Premios Goya 2019:

Silvia Abril (presentadora):

“Buenas noches, amigas y amigos, y bienvendio a los Premios Goya”

Error: Habría bastado con decir “Buenas noches para evitar así la incoherencia de “bienvenidos” sin “bienvenidas”)

Andreu Buenafuente (presentador):

“Estamos muy orgullosos, muy felices, de ser los anfitriones”.

Error: Para ser coherente correspondía decir: “Estamos muy orgullosos y orgullosas, muy felices, de ser el anfitrión y la anfitriona”.

Otro problema que destaca Grijelmo es la selectividad de estas duplicaciones. Por ejemplo, no escuchamos hablar de los “poderosos” y “poderosas”, “los ladrones y las ladronas”, “los empresarios y las empresarias” o “los imbéciles y las imbéciles”. Escuchamos que hay que subir los impuestos a los empresarios y ricos, pero no a las “empresarias y ricas”.

El punto es que este lenguaje duplicativo pretende visibilizar lo que considera que es invisbilizado, es decir, la mujer. Pero, como señala el autor, el hecho de que en un letrero veamos la imagen de un animal salvaje como un lobo, esto tenemos que interpretarlo como un genérico, es decir, pueden haber otros animales como osos (y que no figuran en el letrero pero que no significa que no existan los osos en el lugar). En irtud de lo anterior, es importante tener presente el contexto y la pragmática del lenguaje, ya que así nos percatamos de que no existe tal invisibilización mencionada anteriormente. En palabras de Grijelmo:

“Uno de los problemas del análisis sobre el lenguaje que se aborda desde el feminismo consiste precisamente en que se prescinde a menudo de la existencia del contexto. Se analizan las oraciones como si se hallaran en un tubo de ensayo y les aplican técnicas de laboratorio”.

De acuerdo a lo anterior, el autor explica que la lengua no es la realidad, sino que una representación de esta, influida por la realidad. Ejemplo de lo anterior es que nos pueden decir que “los novios estaban muy guapos en la ceremonia” lo que nos puede llevar automáticamente a imagina a un hombre y una mujer, cuando pudo haber sido dos hombres. Otro ejemplo es que si me invitan a ver un partido de fútbol, lo más probable es que automáticamente piense que es un partido de hombres y no uno entre mujeres. 

Ahora bien, añade el autor que a medida que la realidad cambia, el contexto alterará el significado, como es el caso de la palabra “coche”. Esta es una palabra que sobrevivido el paso del tiempo, es decir, su significante se mantiene pero no así su significado. Así, hace muchos años atrás el coche era el medio de transporte existente, mientras que hoy en día son los autos. Si bien en algunos países se utiliza la palabra coche para referirse al auto, en otros ya no se utiliza tal concepto. Por ende, los cambios no vienen top-down, sino que es  “la realidad la que altera el valor de los significantes; la que cambia la percepción de las palabras. Y no al revés”. Más adelante añade Grijelmo:

“Es en la realidad donde debe actuarse, no en su reflejo. Si queremos vernos delgados y compramos un espejo que estiliza nuestra figura, habremos cambiado  la representación de nuestra imagen. Si conseguimos adelgazar como deseamos, el espejo dejará de ser importante . Porque la realidad cambia la imagen del espejo, no al revés”.

Volviendo al tema de la invisibilidad y a eso de que “lo que no se nombra no existe”, Grijelmo responde que el significante no silencia el significado y que ausencia no implica invisibilidad. Para complementar lo anterior señala que el significado no silencia el sentido. Solo para aclarar, tenemos que el significante es la palabra misma, es decir, el conjunto de letras y fonemas. Por su parte, el significado es la representación mental, el contenido. En cuanto al sentido, este consiste en el significado más el contexto. 

Tenemos, por ejemplo, que el singular no silencia al plural como es el caso la frase “el jubilado necesita más atención que el joven” (jubilado y joven representan colectividades). Así mismo, el plural no silencia al singular cuando decimos “me compre unos pantalones y unos anteojos”. También tenemos que la parte no silencia al todo cuando hablamos del “planeta Tierra” (es decir, no invisibilizamos el agua) o cuando afirmamos que demoramos 6 días en llegar a la ciudad (no invisibilizamos a la noche). 

En resumen, Grijelmo concluye que “lo que no se nombra sí existe”. Paso seguido distingue tres formas de silenciar palabras o ideas que es importante tener en consideración. La primera es la eufemística que abundan en el ámbito político y económico. Por ejemplos escuchamos sobre “impuestos solidarios” (solidaridad forzada), “reforma fiscal” (en lugar de aumento de impuestos). En segundo lugar tenemos la ocultación mentirosa y es aquí donde si se cumple la frase “lo que no se nombra no existe”, ya que de manera deliberada se ocultan datos de relevancia. Por ejemplo, los nazis denominaron como “Solución Final” al plan de exterminio sistemático de los judíos europeos.

Por último tenemos la ocultación deducible, que es fruto del uso sincero y natural del lenguaje en donde, si bien se oculta el significante, este puede ser entendido a través del significado y del sentido (como es el caso del uso del genérico masculino). Como señalé anteriormente con el caso del bombero, las mujeres no se sentirán menospreciadas y pasadas a llevar debido a que el bombero utilizó la palabra “todos” y no “todos y todas”. Otro ejemplo: si usted habla de James Joyce, este no será invisibilizado si hablamos del “autor de Ulises” (claro que se necesitaría de ciertos conocimientos por parte de la persona en materia de literatura)

Un tema paradójico guarda relación con el concepto de “género”. Como señala Grijelmo, si bien sabemos que esta constituye una categoría socio-cultural que se diferencia de la categoría biológica “sexo”, aún así este concepto de género no queda del todo claro. Explica que este es un anglicanismo (gender) surgido en la era victoriana inglesa y que operaba como un eufemismo puritano para evitar la palabra sexo. Desde un punto de vista etimológico el concepto de género deriva de “genus” que hace referencia a “estirpe”, “linaje”, “tipo” o “clase”. 

También tenemos el género gramatical (masculino, femenino y neutro) y, en el ámbito de la biología, el género entendido como un conjunto de seres que tienen uno o varios rasgos en común, como es el caso del género “homo” introducido por Linneo en 1758. Pero en el caso del concepto de género tal como se utilizan en las ciencias sociales no resulta claro, al menos desde un punto de vista de la pragmática, esto es, teniendo en consideración su uso en distintos contextos. 

Como señalé, tenemos claro al menos que el concepto de género se refiere a los roles que han tenido hombres y mujeres históricamente determinados…hasta ahí todo bien. Pero un primer problema es que se ha hecho un cierto abuso de esta palabra hasta el punto de que en ocasiones sustituye la palabra sexo (por ejemplo cuando se habla de igualdad de género). Por ejemplo, cuando hablamos de “violencia de género” automáticamente pensamos en la violencia ejercida de un hombre contra la mujer y no la inversa, de manera que estaríamos “invisibilizando” casos de violencia de mujeres contra hombres o maltratos entre parejas del mismo sexo (¿o género?). 

En base a lo anterior pareciera que el concepto de género vendría a ser sinónimo de mujer, por lo que el vago concepto de “perspectiva de género” vendría a ser la perspectiva de la mujer. Lo mismo sucedería con expresiones como “política de género” o “consciencia de género”. Por ende, en lugar de utilizar el difuso concepto de “violencia de género”, deberíamos hablar directamente y sin tapujos de “violencia machista”, para poder ser así más específicos.

Concluyendo, el tema abordado en estos dos artículos es uno que demanda de mayor seriedad y sobre todo, precisión en el uso de los conceptos. También es importante asignarle la justa valoración y relevancia al lenguaje, para evitar caer así en reduccionismos de índole lingüísticas. La violencia entre parejas heterosexuales u homosexuales no llegará a su fin por medio de reformas al lenguaje y tampoco llegaremos a una igualdad “de género” por medio del lenguaje duplicativo o la introducción de la letra “e” al final de ciertas palabras. 

Si esto fuese cierto, entonces en aquellas culturas carentes o con escasas palabras dotadas de género debería existir mayor igualdad. Por ejemplo, Grijelmo señala que la lengua turca posee escasísimas palabras dotadas de género, lo mismo sucede con el farsi (persa) usado en Irán o el quechua  – que carecen de género morfológico –  utilizado en Perú y Ecuador, al igual que el guaraní, japonés y el finés. En suma, no se puede establecer una relación entre un “lenguaje igualitario” y una “sociedad igualitaria”, por lo que el hecho de que una cultura carezca de género morfológico no se traduce, por ejemplo, en una mejor condición de la mujer dentro de la sociedad.

Abandonemos ese fundamentalismo lingüística en virtud de la cual el lenguaje crea realidad y, por ende, para cambiar la realidad y los problemas sociales, debemos simplemente cambiar nuestro lenguaje. Por otro lado, creer que el masculino genérico es una obra deliberada de dominación masculina bordea en la insensatez e irracionalidad propia de las teorías conspirativas en otros ámbito. Como señala Grijelmo, el masculino genérico se creó en el idioma indoeuropeo como consecuencia de la aparición del femenino. En segundo lugar señala que el genérico es masculino en su “significante” pero no en su “significado” (y sentido = signifcado + contexto). Vinculado a lo anterior tenemos, en tercer lugar,   que lo que no se nombra si existe y esto se logra por medio de la pragmática que nos ayuda a recomponer los significados y el sentido. Finalicemos con las siguientes palabras del autor:

“Cuando todos lo s problemas de la desigualdad entre sexos estén resueltos, el género gramatical perderá toda trascendencia, porque la lengua es una proyección de la sociedad. Y cuando ese momento llegue, cuando el objetivo se alcance, quizás a nadie le importe ya la gramática. Los accidentes gramaticales se quedarán en meras herramientas para la comunicación, sin que se otorgue mayor trascendencia a la coincidencia o no entre el género y sexo”.

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[1] Versión editada. Vocera Toma UC "Nosotres abiertes al dialogo (https://www.youtube.com/watch?v=JChO4GXHjqA)