2/5-Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud)

Una de las marcas distintivas inconfundibles del fanático es su ardiente deseo de cambiarte para que seas igual que él. De convencerte de que tienes que apostatar. De hacer que abandones tu mundo y te vayas a vivir a su mundo. El fanático no quiere que haya ninguna diferencia entre las personas. Su deseo es que todos seamos «como un solo hombre». Su deseo es que no haya en el mundo ni cortinas echadas, ni persianas cerradas, ni puertas atrancadas,  ni ninguna sombra de vida privada, porque to 

 Amoz Oz. Queridos fanáticos.


2) Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud)

Una de las ideas polémicas de Hoffer  es que el fanático, al tener una estructura psicológica determinada (un “molde”) “no tendría ninguna dificultad para cambiar bruscamente y de forma temeraria de una causa a otra”. Esto me recuerda la historia que de un ex militante del Partido Comunista que, de ser un fanático militante, se transformó en un estrecho colaborador del Comando Conjunto en donde delató sus ex camaradas: Miguel Estay Reyno, alias “El Fanta”. Estay era parte del Aparato Militar del Partido Comunista chileno y, a comienzos de 1970 había sido seleccionado para asistir a la escuela de la Odintsovo (KGB), de manera que no hablamos de un personaje irrelevante dentro del partido. 

Tras el derrocamiento de Salvador Allende pasó a la clandestinidad hasta que fue atrapado en 1975 A partid e ese momento su vida daría un giro radical ya que se iniciaría en su nuevo rol como participante activo en delatar y perseguir a miembros de su partido. Que quede claro, no estoy hablando de un caso de un hombre que delató a algunos compañeros fruto de la tortura. Miguel Estay colaboró activa y eficientemente con agentes de inteligencia del Estado para atrapar a comunistas en Chile y lo hizo con la misma eficiencia con la que operaba cuando pertenecía la alta jerarquía del Partido Comunista.

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Por ende la pregunta obvia es cómo pudo Estay pasar a convertirse de perseguido en verdugo. Quizás la entrevista que le realizaron y publicada en CIPER puede arrojar luces sobre esto. El entrevistador hizo la pregunta obvia y es cómo pudo Miguel Estay pasar de un extremo a otro contrario. La respuesta de Estay fue la siguiente y se encuentra en concordancia con los planteamientos de Hoffer

“Yo tenía una formación ideológica, un molde con el que me movía. Ese molde, de alguna manera, se volvió una especie de necesidad. Y en las condiciones en que me encontraba fue mucho más fácil cambiar a otro modelo, que rechazar todos los modelos, porque eso deja muchas cosas en el mundo sin explicación”. 

Pero esto no es del todo incomprensible dada la necesidad de ciertos seres humanos de adaptarse a nuevas situaciones en donde busca sobrevivir. Tras la caída del muro de Berlín o, para ser más precio,  tras el fracaso del comunismo, muchos  comunistas “creyentes”  vieron como se derrumbaba su doctrina en la cual había depositado todos sus esfuerzos y esperanzas. ¿Qué hace una persona cuando queda huérfana de doctrina?  Puede tomar al menos 2 cursos de acción. Un primer curso es la que han adoptado algunos comunistas y es simplemente renegar de esos socialismo reales los cuales no representaban el “verdadero comunismo”. 

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Esta es una estrategia común de un fanático, es decir, refugiarse en la utopía ( por definición incuestionable) y culpar a los seres humanos de no haber estado a la altura de aplicar los ideales que tal utopía demandaba. Por ende serán las nuevas y futuras generaciones las que se encargarán de que “esta vez” el ideal se materialice a la perfección. Con tal mecanismo de defensa, estas personas están completamente protegidas de sus fracasos puesto que, en caso de que nuevamente venga una debacle, el  mecanismo de defensa psicológico  volverá a operar como antaño: el ideal no es el culpable, sino que quienes lo aplicaron. Otros comunistas pudieron haber transitado hacia otras ideologías que fueran compatible con su molde y poder continuando su lucha en contra del capitalismo y Estados en nombre de otros ideales como el ecologismo, el islamismo o el feminismo de izquierda.

Toda esta clase de grupos que pueden tomar la forma de partidos políticos o de comunidades religiosas, exigen del individuo que se empequeñezca hasta que su yo quede, idealmente, aniquilado para que su voluntad se subordine total y radicalmente al ideal. Lo anterior, claro está, requiere también de una abnegación y un autosacrificio llevados a extremos patológicos y, como apunta Hoffer, para impulsar a una persona hacia el auto-sacrificio es necesario previamente  despojarlo de su identidad y diferenciación individual. 

Pero este proceso de conversión que implica la  aniquilación del yo,  la sustitución de un yo íntimo y privado por uno “público” y “transparente” implica que el converso también modifique sus relaciones con el horizonte temporal. El converso podrá rechazar radicalmente el tiempo presente para así regresar a un tiempo pasado en donde reinaba la armonía o, por el contrario, rechazará el presente y el pasado con el objetivo de construir una nueva utopía que rompa radicalmente con todo lo conocido hasta entonces. En palabras de Hoffer:

El presente —el objetivo original— desaparece de escena y en su lugar aparece la posteridad —el futuro. Más aún: se rechaza el presente como si fuese algo sucio y se almacena con el detestado pasado. La línea de combate se dibuja ahora entre las cosas que son y que han sido, y las cosas que todavía no son. 

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Más adelante añade:

“Para un movimiento religioso el presente es un lugar de exilio, un valle de lágrimas que conduce al reino divino; para una revolución social es un paso intermedio en el camino hacia la Utopía; para un movimiento nacionalista es un episodio innoble que precede al triunfo final”.

Junto con este rechazo del sucio presente, el fanático pone sus esperanzas en un futuro ideal, pero el problema radica en cómo lograr construir tal utopía, cuando sólo unos pocos comparten sus ideas fanáticas. Aquí es donde entra una antropología  o concepción de ser humano enfermiza, esto es, la  tábula rasa o, lo que es lo mismo, la creencia de que los seres humanos carecen de una naturaleza de manera que estos no son más que arcilla la cual puede ser moldeada a voluntad. Así la educación y el conductivo serían grandes aliados para la nueva sociedad y el “hombre nuevo”.

Esta ha sido una constante en los totalitarismo colectivistas como el marxismo-leninismo, en donde ya no solamente se creía que la economía podía ser planificada desde un centro, sino que la misma sociedad o la misma humanidad podía ser objeto de un diseño elaborado por la vanguardia de los fanáticos. Es por ello que Hoffer afirma que el  radical tiene una fe apasionada en la perfectibilidad de la naturaleza humana. El fanático se ve guiado por un una extrema bondad demoníaca que cree que “cambiando el ambiente del hombre y perfeccionando la técnica de moldear el alma, la sociedad puede forjar cualquier cosa nueva y sin precedentes”. 

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Otro punto importante que aborda Hoffer es  la doctrina misma, es decir, el conjunto de ideas a las cuales se adhiere el fanático. Aquí lo que importa no es tanto el contenido de la doctrina misma, la cual puede llegar a ser irracional y absurda para el “no-fanático”. Pero como bien señala Hoffer, una de las características del “verdadero creyente”, la fuente de su fortaleza y de su constancia, es su capacidad de cerrar los ojos y taparse los oídos, ante aquellos hechos que no merecen ser vistos ni oídos. 

Así, el verdadero creyente se aisla del mundo se adentra en un mundo paralelo en  donde no hay espacio para lo desconocido, la incertidumbre y las contradicciones, y en donde la tribu se constituye en su zona de confort. Es por ello que Hoffer afirma que el fanático no puede ser convencido, sólo convertido y para ello se requiere de una potente y grandiosa narrativa que le proporciona sentido, orden, una utopía y los medios para alcanzarla.

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Lo menos que un fanático desea son refutaciones y cuestionamientos a sus ideas. Así, la doctrina podrá ser muy irracional e incompatible con la realidad, pero el punto de la doctrina no es ése, es decir, no es su contenido lo que le da validez al ojo del fanático, sino que el fuerte de la doctrina es su certeza, el hecho de que encarne una verdad que le de al fanático seguridad y un propósito. Es en virtud de lo anterior que se entiende la frase del autor de que una doctrina no tiene que ser entendida, sino que creída para que sea eficaz. La racionalidad queda de lado para dar paso a la emocionalidad pura e ingobernada. Como señaló el colaborador de Hitler, Rudolph Hess (1894-1987)

“No busquen a Adolph Hitler con el cerebro; todos ustedes lo encontrarán con la fuerza de sus corazones”.

Federico Javaloy  en su tesis sobre la  “Psicología del fanatismo” (1982) nos proporciona ideas interesantes sobre este tema. El fanático, como cualquier persona, busca dar orden y sentido al mundo que le rodea. No es un misterio que el ser humano busca imponer orden al caos, certidumbre a la incertidumbre y orden al desorden.  Pero no es posible reducir la incertidumbre y el desorden a cero, de manera que siempre tendremos que convivir con aquello que no podemos prever y que escapa del ámbito de lo “conocido”. En el caso del fanático, este mantiene un relación tensa con la realidad y trata de encubrirla para defenderse de la ansiendad que el genera. Así, el fanático construye un sistema cognitivo cerrado de tipo defensivo o sistema  dogmático.

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Bajo este sistema cerrado el fanático se deja llevar por sus sensaciones y pulsaciones internas. En otras palabras , el fanático se encuentra preso del “pensamiento-deseo”, esto es, un pensamiento condicionado por el deseo, “pensamiento desiderativo” o “wishfull thinking”. Junto a esto podemos añadir esa “falacia moralista”  contra la cual nos advertía el filósofo español  Jesús Mosterín (1941-2017) y que he mencionado en otros artículos. Esta falacia pretenden inferir un hecho a partir de un deseo, valor, imperativo o enunciado moral o deóntico. En otras palabras, la falacia moralista consiste inferir el “es” del “debe”, por ejemplo: los seres humanos “deberían” ser iguales, por lo tanto son (y serán) iguales. 

Por ende estas personas dan vuelta su espalda a la ciencia, la evidencia , la racionalidad y al pensamiento crítico. Estas actitud llega a sus extremos como cuando los comunistas diferenciaban entre una ciencia “proletaria” y otra “burguesa”, los nazis entre ciencia “aria” y ciencia judía” y, ahora las feministas como “ciencia feminista” y “patriarcal”. El resultado es el mismo y es un fenómeno que ya he abordado en otros artículos:  el polilogismo. El polilogismo nos dice que cada ser humano opera bajo lógicas diferentes, la cuales pueden variar dependiendo si usted pertenece a una raza, etnia, clase social o género específico.

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Por ende una científica mujer llegará a distintos resultados que un científico hombre, puesto que hombres y mujeres operarían bajo lógicas diferentes (a pesar de que las feminista defienden que los cerebros de hombres y mujeres son exactamente iguales). Por ende el polilogismo es simplemente la consecuencia obvia del fanatismo y su lucha contra la realidad: destruir la lógica, la racionalidad, la verdad, y la objetividad.

Fin Parte 2

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