1/5-Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud) 

Los fanáticos tienden a vivir en un mundo de blanco y negro. En un wéstern simplista de «buenos» contra «malos». El fanático, de hecho, es alguien que solo sabe contar hasta uno. Y sin embargo, sin contradicción alguna, casi siempre tiende a revolcarse por placer en una especie de sentimentalismo agridulce, compuesto de una mezcla de ira ardiente y autocompasión pegajosa. Él o ella siempre prefieren «sentir» en vez de pensar. La muerte, su muerte y la de los demás, fascina al fanático y activa su imaginación. 

Amoz Oz. Queridos fanáticos.



1) Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud) 

En esta serie de artículos abordaremos el fenómeno del fanatismo. No me referiré a algún fanatismo específico sino que, más bien, el objetivo es precisar cuál es la estructura mental o el molde del fanático. Por ende, a lo que me referiré es a lo que subyace a la psicología del fanático independiente de si este es uno religioso, feminista, ecológico, animalista, politico, etc. Todos tenemos una comprensión “pre-teórica” del concepto de fanatismo, es decir, podemos al menos vincular este concepto con otros conceptos, sin haber necesitado haber leído previamente un estudio especializado sobre el tema. Así, por ejemplo, alguien dirá que el fanático es un extremista, un dogmático, implacable y frívolo pero, a su vez, un apasionado. Otros podrán creer que el fanático es un nihilista extremo.

Pero como he comentado en otros 2 artículos sobre el nihilismo, y siguiendo al filósofo italiano Franco Volpi (1952-2009), el nihilismo no podría ser equiparado con el fanatismo. Volpi señala que aquellos que colocan bombas y se suicidan no son nihilistas, puesto que estos tienen una fe que puede ser ideológica o religiosa. Volpi incluso llega a señalar que el nihilismo puede ser un antídoto del fanatismo. Es por ello que el autor señalaba que prefería ser un nihilista que un fanático. Ahora bien, esto es cuestionable y aquí me encuentro más cercano a Albert Camus (1913-1960) quien, en “El hombre rebelde” afirmaba que el nihilista también podía ser un asesino implacable que “acaba juzgando que es indiferente matar lo que ya está destinado a la muerte”. En mi opinión el fanático puede ser un nihilista puesto que el nihilista, aunque sea un negador radical, igualmente defiende y actúa en nombre de un ideal.

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Al fanático puede también tildársele de falto de humor, de tener una visión maniquea de la vida, ser paranoico y obsesivo. Otros lo asociaran a un idealismo extremo que da la espalda a la realidad, es decir, la realidad pasa a ser un aspecto secundario y completamente subordinado a la idea del fanático. Así, el fanático sería una persona que ya no distingue el mapa del territorio. Es más, éste impone “su mapa” (o su ideología) al territorio y si este último no se ajusta, tendrá que hacerlo en el futuro a cualquier precio y bajo cualquier medio. Así, el fanático es un verdadero “Procusto” que, como nos señala el mito, fuerza a sus invitados a que se ajusten al tamaño de su lecho, de lo contrario, tendrá que cercenar o estirar sus extremidades corporales para que este se ajuste al “lecho de Procusto”.

Este es un tema serio puesto que el fanatismo, cuando se apodera tanto de la ciudadanía como de los partidos políticos, entonces la democracia liberal tiene sus días contados. Recordemos que la democracia es, por sobre todo, una competencia pacífica por el poder. En otras palabras es una manera pacífica para acceder a los puestos de poder por medio de elecciones. Por ende, la democracia es un medio(no un fin en sí misma), un mero procedimiento para tomar decisiones colectivas. En el caso de la democracia liberal, quien gana por medio del método democrático no tiene el derecho de hacer lo que le plazca, es decir, el voto de la mayoría no le confiere el poder imponer su voluntad de manera absoluta.

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Es por ello que la democracia debe combinarse con otros principios para que esta no degenere en una tiranía de la mayoría: es aquí donde entra el Estado de Derecho. Pero sucede que si el fanatismo entra en la arena política, todo lo anterior puede desmoronarse. El fanático democrático (quien ha transformado a la democracia en un principio religioso y sagrado) podrá creer que el solo hecho de tener mayoría lo faculta para hacer lo que quiera y pasar a llevar incluso los derechos de la minoría que no votó por él. También puede suceder que el fanático, al estar convencido de que su ideología política y su partido es el depositario de la verdad absoluta, entonces decide que ya no es necesaria la democracia (liberal), de manera que ya no tiene sentido que existan otros partidos con otras ideologías rivales con los cuales competir. Junto a lo anterior, ya no tiene sentido que las personas tengan libertad de pensamiento y libertad de expresión. Tal libertad será garantizada solo dentro de ciertos límites trazados por la ideología oficial. Entramos así al mundo del “centralismo democrático”: democracia de “partido único”, aunque el término es una contradicción en sí mismo ya que un partido es “partido” en el sentido de que es una parte dentro del todo. Pero dentro de los regímenes de partido único, tanto el partido como la ideología encarnada en el Estado pasan a ser el “Todo”.

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Para abordar el tema, haré referencia a algunos autores que han abordado directa o indirectamente este tema. Dicho esto, comencemos con la obra del intelectual estadounidense Eric Hoffer (1898-1983) y su libro titulado “El verdadero creyente”. Fue publicado en 1951, de manera que el libro debe también ser comprendido dentro de un contexto específico: los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los totalitarismos colectivistas y el exterminio judío.

Es algo obvio que el fanático no puede ser estudiado de manera aislada, es decir, al margen de una sociedad específica y dentro de un vacío histórico. Pero, igualmente los estudiosos han podido obtener un patrón mental y de comportamiento del fanático, eso que podemos denominar como un “molde” dentro del cual este piensa, da sentido a su existencia y orienta su acción. Es esto lo que pretende analizar Hoffer.

Es en virtud de lo anterior que Hoffer aclara en el prefacio que su libro versa sobre algunas “peculiaridades comunes de todos los movimientos de masas”, ya sean religiosos, revoluciones sociales o movimientos nacionalistas. Añade que lo anterior  no quiere dar a entender que todos los movimientos sean idénticos,sino que “comparten ciertas características esenciales que les proporciona un parecido familiar”. Así, de acuerdo a Hoffer, si bien existen grandes diferencias en los contenidos de las causas sagradas y de las doctrinas ideológicas, también es cierto que existe una cierta uniformidad en los factores que los convierten en eficaces y que los movimientos de masas puedan reclutar a esta clase de sujetos ”fanáticos”. 

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Así, el estudio de Hoffer va de la mano con el estudio de los movimientos de masas que sustentan una ideología determinada y a la cual sus miembros deben someterse total y acríticamente. De acuerdo al autor, lo que esta clase movimientos busca no son sujetos que busquen reforzar su propio yo y su individualidad. Todo lo contrario, lo que estos movimientos buscan son personas que estén dispuestas a renunciar a su yo y a su individualidad en nombre de la colectividad y del ideal. Es de acuerdo a esto que el individuo debe realizar una verdadera transición o, mejor dicho, una “conversión” radical que implica adoptar una serie de “votos” entre los cuales está la renuncia total a sí mismo y una entrega total hacia la “causa”. 

Realicemos un breve paréntesis sobre este fenómeno de la conversión. Aquí conviene acudir a esa excelente obra del filósofo francés Pierre Hadot (1922-2010) titulada “Ejercicios espirituales y filosofía antigua”. En el capítulo dedicado a la conversión, Hadot nos explica que, desde un punto de vista etimológico, significa “giro”, o “cambio de dirección”, de manera que la conversión vendría a designar cualquier tipo de retorno o trasposición. 

En el caso de Hadot, el autor analiza la conversión “religiosa” y “filosófica” la cual consiste en un cambio mental que puede ir desde una modificación de una opinión hasta “la transformación absoluta de la personalidad”. Como señalé, la conversión en términos del griego antiguo, puede significar, en primer lugar, el retorno a un origen o a uno mismo. En segundo lugar, este mismo concepto implica una “metanoia”, “cambio de pensamiento” o “arrepentimiento”, lo cual sugeriría una idea mutación y renacimiento. 

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En suma, por un lado tenemos la idea de retorno y, por otro, el de renacimiento, fidelidad y ruptura. Pero en ambos casos esta idea de conversión – apunta Hadot – nos sugiere, en primer lugar, que el ser humanos tiene una libertad que le permite transformarse interiormente gracias a la reinterpretación de su pasado y futuro. En segundo lugar la idea nos sugiere también que la transformación de la realidad humana “es el resultado de la invasión de fuerzas exteriores al yo, ya se trate de la gracia divina o de una norma psicosocial”. 

En el caso de la antigua Grecia, Hadot nos explica que el filósofo era el “converso” puesto que es aquel que ha abandonado la caverna y las ilusiones del mundo sensible para poseer un punto de vista único y privilegiado de la idea del “Bien”. Es por ello que eran los filósofos quienes tenían que detentar el poder de la ciudad puesto que para cambiar a esta, se hacía necesario a sus habitantes, esto es, una conversión política. 

Esta es una idea que se mantendría a lo largo de los siglos, al menos su estructura, pero con otros actores y bajo otras circunstancias. Es por ello que Hadot ve acertadamente en Marx y el comunismo un ideal similar de conversión. Como ya he señalado en varios artículos el marxismo es una religión secularizada que cuenta con un sentido de la historia, una cierta linealidad de esta, una utopía final y los medios para alcanzar esa utopía. Tiene también su agente redentor, el proletariado, el cual tiene como misión acabar con un estado de cosas marcada por la alienación el ser humano y por la explotación del hombre por el hombre: el capitalismo. 

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Es por ello que Hadot nos recuerda aquellas palabras de Marx donde señala que el comunismo constituye un “retorno del hombre para sí mi (…) realizado al interior de la brillante evolución producida hasta el momento”. Más tarde Lenin se convertiría en un San Pablo de la causa y crearía la idea de la vanguardia de iluminados (los antiguos filósofos) que tenían como objetivo administrar esta conversión de manera que los explotados tomaran conciencia de su carácter de explotados. 

El fanático precisamente es fanático porque previamente atravesó un proceso de conversión (que en sí no es sinónimo de fanatismo) en el cual no solo se adhiere a un ideal (lo cual en sí no es fanatismo) sino que se adhiere de tal manera que renuncia a todo lo demás, incluso a sí mismo y, más aún, pretende que los demás se adhieran de la misma manera a ese ideal. 

El historiador Michael Burleigh en su libro “Causas Sagradas. Política y Religión en Europa”, hace referencia al pensamiento del pensador religioso ruso Semyon Frank. En el caso del socialismo, Frank destaca cómo estos individuo entronizaban la idea socialista como un fin al cual todo lo demás se subordinaba y en donde cualquier medio era permisible aplicar en búsqueda de la meta final. Describe a estos individuos como monjes militante que rehuían de la realidad, evitaban el mundo y que vivían “fuera de la vida cotidiana genuina e histórica, en un mundo de fantasmas , ensueños y fe piadosa (…)”. Así, en nombre de esa fe y amor en una humanidad regentada futura estaban dispuesto a destruir todo a su paso.

Regresemos ahora a Eric Hoffer. El autor explica que el fanático converso, junto a esta renuncia a su yo,  tiene una profunda convicción de que los seres humanos tienen un deber sagrado hacia los demás. Tal altruismo extremo  que demanda que vivamos, no para nosotros, sino que para el prójimo, se convierte en el nueva balsa salvavidas al cual el converso ata su yo. 

Lenin junto a Stalin

Lenin junto a Stalin

Esto trae consigo un aumento del autoestima. Tenemos a este ayudador compulsivo que quiere redimir a la humanidad (aunque esta no se lo pida), aunque en realidad esto no sea más que una “vanidad del desinterés” por uno mismo. Ejemplo de estos es Lenin, quien se autoproclamaba como un portavoz y redentor del proletariado pero, en realidad, lo que guiaba a Lenin era una pulsión muy propia de su carácter y personalidad: la destrucción, dominio y poder. Como ya he afirmado en otros escritos, a Lenin no le interesaba al trabajador de carne y hueso, con una personalidad propia, con ciertos valores e intereses propios. La mente de Lenin operaba bajo estereotipos reduccionistas extremos, con abstracciones que no guardaban relación con la realidad, como es el caso del “proletariado” (la clase trabajadora). 

Para Lenin el trabajador o proletario que no se amoldaba a su definición de proletario – a la del marxismo-leninismo – entonces no era un verdadero proletario, de manera que era “anti-pueblo”, un “enemigo de clase” o “un enemigo del pueblo”. Tal denominación podía significar la excomunión, ser puesto al margen de la humanidad y, por ende, ser exterminado (tal como sucedió en China con Mao y Camboya con Pol Pot).

Durante la Revolución Cultural en China, muchos profesores fueron víctimas de una caza de brujas por parte de estudiantes fanáticos. Algo similar sucede en nuestros días en las universidades, bajo otros ropajes.

Durante la Revolución Cultural en China, muchos profesores fueron víctimas de una caza de brujas por parte de estudiantes fanáticos. Algo similar sucede en nuestros días en las universidades, bajo otros ropajes.

A estos personajes no les interesaban los individuos sino que abstracciones como la clase pero, por sobre todo, lo único que les importaba era “su causa”, y todo lo demás se instrumentaliza en favor de esta. Eran personas guiadas por ambiciones personales que, para implementarlas, instrumentalizaban a las masas. Quizás es por ello que Napoleón afirmó que fue la vanidad la que hizo la revolución, y que la “libertad” y todo lo demás fue sólo un pretexto  Sobre este tema comenta Hoffer:

“(…) el fanático está convencido de que la causa a la que se aferra es monolítica y eterna —el fundamento de todos los tiempos. Su sensación de seguridad proviene de su apego apasionado y no de la excelencia de su causa (…) Con frecuencia es su necesidad de apego apasionado lo que convierte a la causa que abraza en una causa sagrada. El fanático no puede apartarse de su causa apelando a la razón o a su sentido moral. Tiene miedo a comprometerse y no se le puede persuadir para que juzgue la certidumbre y rectitud de su causa sagrada”. 

Fin parte 1

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