8/9-Hablemos de educación (por Jan Doxrud)

Contar con un vocabulario preciso es una condición  imprescindible para adquirir un pensamiento preciso. Tener acceso a determinadas estructuras gramaticales es básico para concebir y expresar pensamientos claros.

Inger Enkist, Repensar la educación

8) Hablemos de educación (por Jan Doxrud)

Podrá resultar, quizás, incómodo sugerir esto, puesto que estamos insinuando que el profesor no tiene los conocimientos suficientes para enseñar los contenidos. Pero, al parecer, resulta menos ofensivo insinuar que el profesor no tiene suficientes conocimientos en materia metodológica, y es por ello que se le invita a realizar diversos e infinitos cursos. Este profesor, ignorante, que no tienen el hábito de la lectura (como un agrónomo que no aprecia ir al campo), que no se mantiene actualizado, logrará hacer efectivamente su clase, pero  los alumnos tendrán un aprendizaje superficial y mediocre. Ahora bien, puede que la clase contará con todas las dinámicas metodológicas que están en boga, será entretenida e incluso los alumnos obtendrán buenas calificaciones, pero será mediocre y superficial. 

Para el profesor mediocre e ignorante puede resultar un alivio que las clases expositivas se eliminen ya que pueden llegar a ser un lastre, dado sus escasos conocimientos. Sobre este tema se pregunta Francisco Esteban Bara:

“Por qué acostumbran a criticar las clases magistrales quienes no suelen darlas, y no por no querer, sino por no quedar en evidencia?”

En la misma línea  Mercedes Ruiz Paz  afirma que en el “mundillo educativo”, la metodología e ha transformado en el refugio natural de los incultos e ignorantes  para quienes “enseñar” se ha transformado en una cuestión incomoda. ¿Por qué? Porque desconocen las materias.

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No está de más señalar que  ser experto o tener un dominio significativo en una disciplina facilita mucho la enseñanza de esta misma, puesto que el profesor podrá ser más creativo a la hora de enseña. A su vez,  será capaz de realizar preguntas medulares, podrá diseñar una clase con un buen ritmo y una coherencia bien rigurosa y, más importante, los alumnos tendrá aprendizajes “profundos y significativos” (los estudiantes son lo bastante inteligentes para darse cuenta cuando está realmente aprendiendo y cuando el profesor que tienen adelante maneja o no los contenidos). 

Ahora bien, lo anterior  no significa plantear el falso dilema  de optar entre “dominar los contenidos” o “dominar las metodologías”, puesto que el  formalismo insustancial (carente de contenidos)  es tan indeseable como una “ sustancialismo informe” (sólo contenidos), es decir, un experto que no sepa enseñar sus contenidos. Julio Sánchez Tortosa nos habla del “formalismo pedagógico”  para designar al fenómeno en virtud del cual los contenidos desaparecen o son sacrificados en nombre de los “procedimientos formales”. Así, una de las críticas medulares del libro de Sánchez es lo que describe como una evacuación de contenidos académicos por medio de la inflación de lo “formal” y la hipóstasis de los “procedimientos”. 

Es por ello que el autor afirma que la “Nueva Pedagogía”  ha dejado en un segundo plano la “instrucción”, esto es, la formación intelectual y académica  de los estudiantes en favor de la “educación”  entendida en su sentido etimológico: conducir o criar. Así, el autor toma estos 2 conceptos desde su  punto de vista etimológico en donde instrucción (instructio) consiste en el “caudal de conocimientos adquiridos; conjunto de reglas o advertencias para algún fin”.

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Por su parte, Ricardo Moreno lo plantea como sigue:

“Esta verdad tan elemental, la de que no se puede reflexionar sobre unas ideas cuando se carece de ideas, es tan absolutamente ignorada que mucha gente presume de falta de memoria (como si memoria e inteligencia fueran inversamente proporcionales) y nadie de falta de inteligencia. Y esta ignorancia es una de las razones que nos ha llevado al fiasco de nuestro sistema educativo”. 

Podríamos salvar esta situación  adoptando la “vía media”  entre ambos extremos, pero, en mi caso, no creo que este sea la manera de zanjar esta aparente dicotomía. En otras palabra, en mi opinión, un profesor que no es experto o que, al menos, no se preocupa de dominar su disicplina y de mantenerse actualizado, será un profesor mediocre (en sentido etimológico = común, medio, ordinario) y lo será sin importar cuanta metodología utilice (y peor será el resultado si el profesor en cuestión ni siquiera se interesa por temas sobre metodologías de la enseñanza). En otras palabras estaremos más bien ante un metodólogo y eso no es lo que los estudiantes necesitan. El ideal sería, claro está, tener lo mejor de ambos mundos pero, si habría que escoger entre dos extremos, optaría por un profesor experto en su materia.

También tenemos la propuesta de Mercedes Ruiz Paz ya mencionada en un comienzo: la pedagogía del contenido. Este tipo de pedagogía solo viene a establecer un equilibrio y a corregir el exceso de formalismo insustancial que prevalecen en la educación. Así, esta pedagogía del contenido busca desarrollar la inteligencia y voluntad de los estudiantes, así como también promover el esfuerzo y el trabajo. Junto a esto esta pedagogía da una importancia medular a los contenidos y proporcionará a los alumnos unos de alto nivel. De acuerdo a lo anterior, Ruiz Paz explica que el centro conceptual de la pedagogía de los contenidos son los contenidos a transmitir en la enseñanza, de manera que las metodologías, habilidades y actitudes se adoptarán en función de los contenidos como instrumentos eventualmente útiles.

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Es importante tener presentes que, obviamente, existen  otras variables que deben manejarse en la clase y que constituyen el soporte de la expertise del profesor y sus metodologías, en otras palabras, una condición necesaria para que la clase sea exitosa. Solo por mencionar algunas, tenemos la  habilidad del profesor de mantener orden en la clase,  mantener una disciplina y un clima apropiado para que se desarrolle la clase. Lo anterior, claro está, sin utilizar métodos dictatoriales, así como tampoco caer en relaciones horizontales con los alumnos en donde se esfuma cualquier jerarquía y, junto a esta, la autoridad del profesor. 

Aquí la  autoridad no debemos entenderla como sinónimo de “autoritario”. En su sentido etimológico la autoridad proviene de “augere” es decir, “promover”, “aumentar” o “hacer progresar”. Así, podemos señalar que la autoridad es una cualidad que puede incluso ser promovida en otras personas. Nadie quiere un profesor autoritario, pero sí uno que mantenga orden y la disciplina, que sea justo, que sepa enseñar, que sienta pasión por los contenidos que enseña y que domine bien su disciplina. 

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Por ende, debemos alejarnos de esos ideales absurdo como el de una “escuela democrática” porque, si bien pueden abrirse ciertos espacios para aplicar el método democrático, este no puede extenderse a todos ámbitos dentro del colegio o la universidad. Pero estos ideales son parte de lo que ya he tratado en otros artículos y es el fenómeno de fetichizar la democracia, lo cual es consecuencia de no entender en qué consiste esta (ni siquiera muchos profesores lo ignoran). Francisco Esteban Bara critica esta simetría en el vínculo entre profesor y estudiantes, en donde  se ha llegado a niveles extremos en donde el profesor pone parte del programa de la asignatura (o entero) para que los estudiantes lo modifiquen o den su aprobación a éste (otro caso de llevar la democracia a territorios que le deberían estar vedados).

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