5/9-Hablemos de educación (por Jan Doxrud)

La escuela es un sitio para aprender a pensar sobre la base de los datos. Lo de insistir en aprender a aprender sin hablar antes de aprendizaje es una falsedad, porque no podemos pensar sin pensar en algo. Sin datos, no hay con qué empezar a pensar.

 Inger Enkvist. Entrevista al diario “El Pais” (2018)

5) Hablemos de educación (por Jan Doxrud)

Por ende, el aprendizaje  requiere de “pasividad”,  de “escucha” e incluso de momentos de “soledad”. De acuerdo con lo anterior,  el aprendizaje no puede reducirse a “hacer” “actividad”,  o “trabajo en equipos”. Como explica Francisco Esteban Bara, la nueva pedagogía ha transformado en sinónimos la motivación, el movimiento y el entretenimiento, de manera que las clases tienen que ser obligatoriamente “activas” y “entretenidas”, porque si el alumno no está “haciendo nada” no aprende. Así, se demanda productividad y los tiempos de las clases deben estar rígidamente medidos llevando asi el “taylorismo” desde la empresa al aula.

Nota aparte, el  taylorismo o administración científica del trabajo, deriva su nombre del ingeniero mecánico  Frederick W. Taylor (1856 - 1915).  Con Taylor los conceptos de administración, eficiencia, cálculo y productividad fueron llevados a un nuevo nivel. Incluso se llegó a cronometrar el tiempo que era necesario de ciertos movimientos elementales realizados por lo obreros para, de esa manera, llegar a una secuencia de movimientos que quedara libre de aquellos movimientos considerados inútiles.

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Pero el profesor debe saber que si se le olvidó anunciar o escribir la meta o no alcanzó a realizar el cierre de la clase…no será el fin del mundo. Nuevamente aquí no hay que matizar, no se trata de que las clases no tengan una estructura que incluye disciplina, contenidos bien organizados y la clase misma que tenga un sentido. 

Francisco Esteban Bara se refiere a este fenómeno del control, orden y el “programar”.Obviamente este tema no es uno en donde tengamos que elegir entre 2 alternativas; orden o caos. En otras palabras, no se trata de decidir si es bueno o no ordenar, controlar y organizar las clases. Como señala Bara, la programación y el control son positivos siempre y cuando se apliquen en la justa medida y no “si ocupan todo el espacio, se sobreponen a cualquier cosa o arrasan con lo que ya había”. 

El autor toca un punto que considero sumamente importante y que puede resultar ser paradójico para aquellas mentes estructuradas con cierta fobia a la incertidumbre y a lo que no pueden controlar (fenómeno también conocido como inseguridad … claro que disfrazado de “soy ordenado”). Tales clases “tayloristas”  hiperestructuradas y con los tiempos medidos, sin duda pueden ser eficientes, pero también poco apasionantes.  En palabras de Bara:

“Aunque suene raro, es sanísimo que la práctica educativa universitaria viva en un ambiente de incertidumbre, que no tenga la pretensión de controlarlo todo, que deje cabos sueltos”

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Retomando el hilo, tenemos también que absorber información no lo es todo, ya que se vuelve en una carga indigerible. En mi caso, yo no me quedo solamente con esta sobredosis de información puesto que posteriormente soy capaz de ordenarla, filtrarla, darle forma, evaluarla, criticarla e incluso escribir sobre el tema. Pero para escribir mis artículos debo, previamente, aprender y para ello requiero de varias horas de disciplina, concentración, esfuerzo, soledad y pasividad, ya que sin estas no puedo “construir” ningún conocimiento.

Para poder reflexionar debemos, en primer lugar, saber algo sobre lo que vamos reflexionar. El ya mencionado Ricardo Moreno Castillo explica  en su “Panfleto Antipedagógico” señala que  una de las preguntas más absurdas que se plantean ciertos pedagogos es, a la hora de educar, si son más importantes los contenidos que la formación. Explica el autor que tal pregunta es tan falaz que equivale a preguntarse si para fabricar un cañón se ha de empezar por construir el agujero o mejor el hierro que rodea al agujero. 

En suma, para Moreno, forma y contenido son cosas conceptualmente distintas, pero que no pueden hacerse realidad por separado, igual que no puede ordenarse una habitación absolutamente vacía. Siguiendo con la analogía de la habitación, el autor añade que una  cabeza bien formada es aquella que tiene sus conocimientos bien ordenados y estructurados . A esto añade el mismo autor:

“Las cosas que hay en una habitación son algo distinto del orden en el cual están colocadas, cierto, pero sería absurdo proponerse ordenar las cosas de una habitación donde no hay cosas que ordenar. Se puede argumentar que si la cómoda está encima de la cama, la almohada encima de la cómoda y la lámpara debajo de la cama, los muebles son tan inútiles como si no existieran, y efectivamente así es. Si los contenidos del conocimiento no están bien estructurados, y claramente relacionados unos con otros, no sirven de nada. Lo que se sabe confusamente y a medias no sólo es inútil, es también un estorbo, un contenido parasitario que dificulta el aprendizaje de cosas nuevas”. 

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Otras interpretaciones menos dogmáticas reconocerán la importancia del conocimiento declarativo, “pero” como  un mero apéndice, nota al pie o un epifenómeno del proceso de aprendizaje. Basta ojear  los programas ministeriales  para notar la superficialidad de los contenidos y el énfasis en fomentar “actitudes” y ciertas “habilidades” (como si las habilidades, por sí mismas, pudiesen ser aprendidas al margen de una disciplina específica, en un vacío conceptual). Incluso, y con el objetivo de que las clases sean más “activas” e “interactivas”, se está  dispuesto a recortar aún más los contenidos

La razón de lo anterior es que, si fetichizamos y encumbramos las “metodologías activas” como el eje central de la clase, como un fin sí mismo y nos obsesionamos por introducirlas en la mayor parte de las clases (incluso en las que no son necesarias), entonces la pregunta es: ¿en qué momento estudiamos formal y detenidamente los contenidos y conceptos? Es decir, el diálogo y la interacción con los estudiantes es importante, pero la clase no puede reducirse a un simple conversatorio. 

Ante esto la solución es simple:  abordemos menos contenidos. Después de todo ¿para qué necesitamos saber tanto? Lo importante es que los alumnos sepan “hacer” cosas, que aprendan habilidades (y actitudes), claro que dentro de un verdadero desierto o vacío conceptual: aprendizaje entretenido pero superficial. Y, en lo que respecta a los planes de estudios, estos tendrán que someterse a los dictados de la nueva pedagogía.  Pero como bien señala Marc Le Bris, la tradición consiste en subordinar el método al contenido y no la inversa

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Mercede Ruiz Paz también se refiere a este tema en el ámbito ecducativo español. Explica que las leyes y teorías educativas han ido incorporando temas irrelevantes a los planes de estudio y, jutno a esto, han eliminado los contenidos más relevantes. A esto añade:

“Cuando no los han eliminado por completo, han inducido a un estudio muy superficial de ellos de manera que, en el peor de los casos, no habrá mucha diferencia entre acudir a un centro escolar o comprarse unos fascículos en cualquier kiosko, porque el nivel divulgativo sería muy similar”.”

Como bien señala  Inger Enkvist en “Repensar la educación”,  para ser crítico se hace necesario conocer el campo en cuestión,  de lo contrario estaremos frente a jóvenes más bien moralistas y no críticos. Así, para tener una opinión de la guerra en la ex Yugoslavia, hay que saber algo de la ex Yugoslavia”, lo mismo vale para otros casos de limpieza étnica como aconteció en China contra los tibetanos y uygures, los tamiles en Sri Lanka o los rohinyás en Myanmar. En palabras de Enkvist:

En contraste con el énfasis actual en las estrategias, se ha demostrado que si el alumno conoce el área de la que proviene la tarea, razona mejor. En otras palabras, la facultad de pensar no es un conocimiento neutro, aplicable a cualquier tarea con el mismo resultado. Las personas piensan mejor en los contextos que les son familiares. Dicho de otro modo, es importante que los alumnos aprendan contenidos”.

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Un  problema importante es  delimitar bien qué entienden los profesores (y no los teóricos en materia pedagógica) o cómo interpretan estas y otras frases. Por ejemplo el “ profesor como mediador. Mediador puede significar ser sólo un “facilitador”, en donde el docente tiene que hacer que el estudiante llegue por sí mismo a las respuestas (por ejemplo, el profesor, en lugar de responder directamente la duda al estudiante, le puede responder por medio de preguntas que lo guíen). En la misma línea el profesor además tendrá la misión de “hacer visible el pensamiento” de los estudiantes por medio de una serie de estrategias plasmadas en “rutinas del pensamiento” y, ademas, obtener evidencias y documentar los aprendizajes. 

Todo lo anterior me parece correcto, pero el problema es nuevamente el mismo, es decir, el profesor será “mediador” en “ciertas” instancias, vale decir, en actividades específicas. En otras palabras, el profesor  no será sola y únicamente un “mediador”, puesto que si un alumno no sabe o sus conocimientos sobre una disciplina son superficiales, entonces no habrá nada que mediar. Digamos que los alumnos no tienen un conocimiento guardado en un fantasmagórico inconsciente y que el profesor, de alguna mágica manera, debe sacar a la luz. Si quiere iniciar una discusión sobre finanzas, no podrá hacerlo si los alumnos no saben qué es una acción, un bono, la bolsa, un derivado financiero, un índice de bolsa, etc.

Si va a abordar el tema de la justicia y los Derechos Humanos, estos conceptos no deben explicarse en un vacío histórico, puesto que estos justamente emergieron como respuestas a ciertos acontecimientos históricos, principalmente tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. Además de esto, del profesor debe explicar el concepto de “derecho”, el cómo se fue construyéndola idea de la construcción del concepto de “humanidad” y deberá explicar el concepto de justicia y los tipos de justicia existentes.

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