6/10-Japón: una mirada panorámica. El período Edo. (por Jan Doxrud)
Continuemos con el tercer personaje relevante dentro del proceso de unificación de Japón Tokugawa Ieyasu. Como explica Hall, Ieyasu heredó la unidad dejada por sus predecesores pero fue mucha más allá puesto que logró constituir una hegemonía estable que se prolongaría por más de 250 años después de su muerte. Su nombre derivaba de una pequeña aldea de la provincia de Kōzuke. Añade Hall que la familia se trasladó a Mikawa en donde el padre de Ieyasu se transformó en un daimio de mediana importancia en donde, desde su castillo de Okazaki, había alcanzada hacia el año 1500 el control de casi la mitad de Mikawa, aunque estaba subordinado al daimio Imagawa que residía en territorio colindante.
Recordemos que fue Nobunaga quien derrotó a Imagawa Yoshitomo e Ieyasu se convertiría en un importante aliado del primero. Bajo Hideyoshi, Ieyasu fue trasladado a Kantō lo cual, de acuerdo con Hall, favorecería su situación. La razón de esto es que le permitió evitar la participación en las campañas coreanas y crear una base en donde construiría su poder. Tras la muerte de Hideyoshi se generó una fricción entre los principales clanes entre los que estaban los Tokugawa, los Maeda, Los Uesugi y los Mōri. El daimio fiel a Hideyoshi, Ishida Mitsunario, temía las pretensiones de Ieyasu. Para evitar que se hiciera con el poder, Mitsunari logró formar la “alianza occidental” integrada por clanes como los Mōri, Shimazu, Nabeshima, Chōsokabe e Ikoma entre otros.
Tokugawa Ieyasu
Fue en la batalla de Sekigahara (1600) donde chocaron las fuerzas de Ieyasu contra la alianza occidental. Finalmente se impuso Ieyasu el cual se vio favorecido por al deserción del sobrino de Hideyoshi: Hideaki Kobayakawa (1577-1602). Sobre las repercusiones de este combate comenta Hall:
“Sekigahara dio origen a una drástica reordenación del mapa feudal. En torno a Ieyasu, se creó rápidamente una nueva hegemonía de facto. En total, se habían extinguido 87 casas de daimio, y cuatro (incluida la casa Toyotomi) vieron reducidas sus posesiones. Se confiscó un total de más de 7.572.000 koku, lo que permitió a Ieyasu ampliar sus propiedades privadas y recompensar generosamente a sus leales seguidores”.
Ahora bien, hay que tener presente que el clan Toyotomi no se había extinguido y, por lo demás, estaba su joven heredero – Hideyori – quien tenía muchos adeptos. Por ahora, su presencia fue tolerada por Ieyasu y y Hideyori residió en su castillo en Osaka. Un problema que Ieyasu debía poner fin era su falta de hegemonía en la zona occidental en donde la lealtad hacia la casa Toyotomi era fuerte. Pero antes de dar ese paso Ieyasu toleró su presencia y se dedicó a fortalecer aún más su propio poder.
Pintura de la batalla
Finalmente Ieyasu fue proclamado shogún en 1603 y convirtió su castillo en Edo en su centro de poder. Sin embargo, dos años después cedió el título a su hijo Hidetada (1579-1632) dejando un claro mensaje de que el título de shogún tendría un carácter hereditario. Ieyasu continuó como tutor de su hijo y tomando las principales decisiones para fortalecer el poder de su clan. Sería durante los años 1614-1615 cuando Ieyasu atacó el castillo de Osaka y el suicidio de Hideyori. Ahora el poder de Ieyasu era indiscutido.
Algunas políticas aplicadas por Ieyasu fue el establecimiento de un código que regulaba el actuar de las casas militares, así como también la nobleza y la corte. Como explican Pérez y San Emeterio, en el caso de los señores de la guerra, el código incluía amonestaciones morales y políticas, así como regulaciones en lo que respecta a, por ejemplo, límites de construcción de castillos y barcos de gran calado, y mantener una vida sobria. Incluso se prohibió establecer alianzas matrimoniales sin la autorización del shogunato. En lo que respecta al emperador, este debía dedicarse al estudio de los clásicos y a la composición e poesía waka, mientras que las demás familias nobles debían especializarse en sus artes tradicionales. Al respecto comentan Pérez y San Emeterio:
“(…) el bakufu estableció un representante plenipotenciario en Kioto (Kioto shoshidai), cuyas misiones incluían el gobierno municipal, la supervisión de las provincias del oeste, y la vigilancia de las actividades de la nobleza y la corte. Aunque se ha escrito mucho acerca del control absoluto ejercido sobre el emperador, es necesario repetir que este ya no era un actor político a principios del siglo XVII”.
Recreación 3d del castillo de Edo. Se muestran los distintos recintos: Honmaru o el recinto central donde se encontraba la torre central. El Ninomaru que era el “segundo recinto” que rodeaba al Honmaru y el tercer “anillo”, más extenso denominado Sannomaru, donde estaban los soldados, comerciantes , entradas principales, etc.
H(https://www.worldhistory.org/image/14146/model-of-edo-castle-during-the-tokugawa-period/)
Los mismos autores explican la función e importancia del emperador. Afirman que funcionaba como un elemento legitimador de la autoridad de los Tokugawa sobre las demás casas samuráis al nombrarlo shogún. Tenemo que con Ieyasu se estableció un bakufu fuerte, con una corte apartada y ejerciendo el poder sobre 200 dominios o han a los cuales se les respetó su autonomía. Es por ello que a este Estado se le conocería con el nombre de bakuhan. En otras palabras tenemos un sistema de gobierno en donde el shogunato (bakufu) asumía la autoridad de la nación y los daimios (han) ejercían el poder regional. Ieyasu aplicó el sistema de asistencia alterna o “sankin kōtai” que existía de manera informal pero que fue institucionalizado pro el shogún Iemitsu en 1635.
En virtud de esta política, los daimios debían alternar su residencia entre Edo y los han cada año. No bastando esto debían además dejar a su esposas e hijos como prisioneros en Edo. El objetivo era claro: mantener controlados a los daimios y forzarlos a gastar – debilitándolos económicamente – en el traslado, en el séquito, alojamiento y mantención de sus familias. En palabras de Pérez y San Emeterio:
“Se calcula que más del 50% de los ingresos netos de cada daimio se destinaban a los gastos derivados del sistema de asistencia alterna. Su vida cotidiana pasó a estar marcada por los viajes de ida y vuelta a Edo, su estancia allí y los preparativos para el siguiente traslado una vez que regresaban a sus dominios”.
Sumado a esto, los autores añaden el sistema de rangos también tuvo motivaciones estratégicas. Estos eran establecido de acuerdo con el grado de cercanía al shogún estando en primer lugar las familias colaterales de los Tokugawa (shinpan), los “fudai” o vasallos de confianza de tiempo atrás y los antiguos rivales o señores externos (tozama). Solo los que llevasen sangre Tokugawa – como los del primer grupo – podían proveer al bakufu de un heredero en caso de que se extinguiera la línea principal (este fue el caso de los Kii, Owari y Mito).
En el plano internacional, Ieyasu normalizó las relaciones con Corea y permitió al daimio de Satsuma hacerse con el control del reino de Ryūkyū, puesto que el rey se negó a presentarle tributo. Si bien el reino persistió, este quedó en un estatus de inferioridad frente a Japón. Con China no se reanudaron las relaciones ya que implicaba reconocer un estatus superior a la dinastía Ming. En 1604 se expidieron los “sellos rojos” que eran permisos oficiales que colocaban a los comerciantes y la mercancías bajo la protección del shogún, quedando así autorizados para el comercio marítimo con Taiwán, Patani, Cochinchina o Camboya.
Siguiendo a Pérez y San Emeterio, los comerciantes japoneses intercambiaban armas, artesanías, cobre y plata por sedas y cerámicas de China, así como también maderas nobles, pieles y especias del sudeste asiático. Los autores también destacan la llegada en 1611 del embajador del virrey de Nueva España y en 1615 la misión enviada directamente por el rey Felipe III desde Madrid. Sin embargo los autores explican que estas relaciones no prosperaron: “No obstante, para entonces la prohibición general del cristianismo de 1613 ya había agriado las relaciones entre ambas partes. Los españoles vieron vetado definitivamente su pasaje a Japón en 1624 y los portugueses en 1639”. También podemos mencionar la figura del samurái Hasekura Tasenaga (1571-1622) quien fue enviado por el señor de la guerra de Sendai, Date Masamune, en una misión diplomática con objetivos religiosos y comerciales. Hasekura estuvo en Nueva España (México), Madrid, Sevilla y se reunió con el Papa.
Hasekura Tasenaga
Fue Tokugawa Iemitsu quien, para protegerse de la influencia y posibles hostilidades occidentales, promulgó los edictos conocidos por la historiografía como edictos sakoku. Aquí cabe hacer una importante aclaración. Pérez y San Emeterio hacen una importante precisión y es que en realidad, durante el período Edo, no se estableció una política exterior que buscaba aislarse absolutamente del mundo exterior (sakoku). De acuerdo con el autor el mismo término “sakoku” se usó por primera vez en 1801 en la traducción japonesa de la historia de Japón escrita por el médico que residía en una factoría holandesa en Nagasaki: Engelbert Kaempfer (1651-1716). Así, de acuerdo con los autores:
“La percepción de que durante el período Edo se llevó a cabo una política de sakoku solo emergió a finales del siglo XIX al contrastarse con la apertura a Occidente del período Meiji. Estrictamente hablando es anacrónico referirse al sakoku en el siglo XVII y por ello es común usar kaikin (lit «prohibiciones marítimas»), un tipo de medidas frecuentes en los mares de China”.
Alfabeto japonés elaborado por Engelbert Kaempfer
De acuerdo con esto, para los autores el cierre de Japón no existió como tal, puesto que se mantuvo el contacto con el extranjero por medio de diversas vías, específicamente, a través de las “cuatro puertas”: Nagasaki, Tsushima, Satsuma y Matsumae. Cada una de estas regiones tenía una función particular. Nagasaki – ciudad shogunal – estaba a cargo de los tratos con los holandeses y chinos.
Satsuma, por su parte, supervisaba el gobierno de Ryūkyū, mientras que Matsumae se preocupaba de los intercambios con los ainu, grupo étnico de la isla de Hokkaido que en ese entonces se denominaba Ezo. Por último, el daimio de Tsushima se ocupaba de las relaciones con Corea. Otro punto que abordan los autores es que los japoneses se mantuvieron informados de lo que ocurría más allá Japón, por ejemplo, a través de los mercaderes holandeses y chinos.
De acuerdo con Kondo se pueden distinguir dos interpretaciones sobre esta política aislacionista. La proteccionista afirma que, si bien el cierre de los puertos privó a los japoneses de los beneficios del comercio exterior, por otro lado, promovió la producción interior de seda y tejidos sederos, los cuales alcanzaron un alto desarrollo. La interpretación liberal es crítica, ya que privó a Japón de desarrollar un sistema capitalista moderno y, por lo demás, “encerró la economía en el estrecho marco del autoabastecimiento interior y, en consecuencia, apoyó al sistema feudal, retrasando el derrumbamiento del mismo régimen hasta después de mediados del siglo XIX”.
Comercio con europeos
Continuando con su trato hacia los extranjeros tenemos que durante el siglo XVII, se prohibió la entrada de naos holandeses y se expulsó a los hijos mestizos de holandeses y portugueses. En el plan o religioso, en 1637-1638 ocurrió la rebelión de Shimabara, en donde campesinos católicos (liderados por Amakusa Shirō )se levantaron en contra de las medidas del régimen (abusos y aumento de impuestos), pero que fue sofocada. En realidad desde Ieyasu la persecución hacia los cristianos se intensificó. No se podía permitir la existencia de un credo extranjero que no reconocía la supremacía de los Tokugawa. En palabras de Pérez y San Emeterio:
“Bajo amenazas y torturas, millares fueron obligados a abandonar su fe o morir en una persecución que no aminoró su rigor hasta el último tercio del siglo XVII. La prohibición fue finalmente levantada en 1873. Se calcula que el número total de mártires, excluyendo a quienes murieron en la rebelión e Shimabara, ronda los diez mil, cifra que demuestra no solo la crueldad de los Tokugawa, sino también la profundidad con la que el mensaje cristiano caló en Japón”.
Otra característica del período fue la urbanización y la construcción de ciudades-castillo ya no lugares lejanos, poco accesibles o escarpados, sino que en llanuras donde destacaba su presencia. De acuerdo con Pérez y San Emeterio, estas ciudades-castillo construidas por los daimios a lo largo del territorio constituyeron el motor económico del archipiélago. Estas construcciones se encontraban divididas en su interior, en donde el daimio vivía en la fortaleza y los principales vasallos lo acompañaban dentro de la ciudad amurallada.
Los samuráis de menor rango vivián en barrios fuera de estos muros y la población urbana plebeya – artesanos y mercaderes – también tenía su propio espacio. Estos se organizaban en chō que eran cuyas asambleas estaban integradas por los vecinos propietarios de viviendas y cuyo jefe era elegido por los vecinos. Estos chō tenían funciones tales como controlar la entrada y salida de residentes, imponer límites a la compraventa de viviendas, arbitraje de disputas vecinales, limpieza, seguridad, etc. También se instauró un la prostitución autorizada en barrios rojos dentro de las ciudades en las ciudades shogunales, así como también en la de los daimios. Sobre este sistema urbano descrito, comentan Pérez y San Emeterio:
“La ciudades del período Edo aspiraban a dar testimonio de la supremacía de los guerreros y de la división social existente, y por ello su urbanización no se dejó al azar. Tanto el lugar que debía ocupar cada estrato, el tamaño de las viviendas o el límite urbano fueron perfectamente planificados”.
Castillo de Himeji
Por último, los campesinos quedaron al margen de este espacio urbano y se agruparon en aldeas las cuales estaban integradas por un número más o menos fijos de “ie” (casa u hogar). Pérez y San Emeterio destacan que durante el período Edo se roturó un gran número de terrenos baldíos, así como la instalación de la infraestructura necesaria y mejoramiento de técnicas que mejoraron la calidad de los arrozales. Se optimizaron los sistemas de comunicación como carreteras, postas de caballos y posadas. En el ámbito minero, Japón se transformó, entre los siglos XVI y XVII, en el principal productor de plata, siendo superado solo por la producción del imperio español en América. En lo que respecta al sistema monetario, operó un sistema trimetálico en donde se usó el oro, la plata y el cobre. Comenzaron a funcionar cecas con un régimen de acuñación oligopólico.
Castillo Matumoto
Himeji
Durante el siglo XVI Japón sufrió distintas catástrofes socionaturales. Tenemos el terremoto grado 8 en el año 1703 con epicentro en la bahía de Kioto. En 1707 hubo otros terremoto grado 8 en la fosa de Nankai que generó un tsunami. Ese mismo año hizo erupción el volcán Fuji y en 1783 el volcán Asama. Con el crecimiento de la población y la mayor densidad poblacional esta clase de desastres cobraron la vida de miles de japoneses. No obstante lo anterior, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, los problemas que afectaron las arcas fiscales se debió, más que a desastres socionaturales, al sistema impositivo que mostró insuficiente, en términos de ingresos, tanto para el bakufu como para los daimios.
De acuerdo con Pérez y San Emeterio esto se explica por las limitaciones del sistema impositivo, por ejemplo, el hecho de que el bakufu obtuviese sus ingresos de las rentas del arroz de los campesinos de las tierras shogunales y nada de las tierras de los vasallos cercanos “hatamoto” ni de los han (dominios de los daimio). Añaden que, en el caso de los daimios, estos obtenían sus ingresos de sus tierras personales y no de la de sus vasallos. También se puede mencionar que la sobreproducción de arroz llevaba a una disminución del precio de este, lo cual afectaba a los daimios. Por su parte, los comerciantes al no ser considerado una clase productiva quedaron exentos de pagar impuestos. Así, los autores concluyen:
“Tanto los samuráis como los han y el bakufu cayeron en una espiral de dependencia hacia los mercaderes mayoristas que les prestaban dinero, les comercializaban el arroz y les proveían de otras mercancías. Desde el siglo XVIII estos fueron objeto de contribuciones extraordinarias y tasas a cambio del disfrute de monopolios, pero la actividad económica no estaba sujeta a ningún impuesto”.
Mercado de pescado ( Utagawa Kuniyasu.)
Fue el quinto shogún, Tsunayoshi (1649-1709) que, de acuerdo con Pérez y San Emeterio, representó una fase de transición de un gobierno militar a uno de carácter más civil. Así, si bien los samuráis continuaron existiendo y siguieron siendo considerados como guerreros, comenzaron a desempeñar funciones de burócratas y administradores. Pérez y San Emterio explican que el largo período de paz alteraron las funciones de estos “bushi” o guerreros:
“Una minoría trabajaba en oficinas como administradores, mientras que una gran mayoría simplemente estaba al servicio del señor sin un empleo evidente bushido o camino del samurái, tan popular en Occidente, es una estetización con toques de romanticismo de los guerreros cuando ya habían dejado de serlo, la búsqueda de identidad de una clase atada a tareas burocráticas y de relevancia económica decreciente”.
Tsunayoshi se veía a sí mismo como un gobernante sabio guiado por los principios confucianos y que debía guiar a su pueblo. El shogún introdujo leyes suntuarias y de refroma de costumbres, así como también sus “Leyes de Compasión” que le valió el apodo de “shogún perro”, puesto que prohibía matar perros. Pero lo que buscaba era terminar con la cultura de la violencia y valorar todas las formas de vida. Tsunayoshi se mostró contrario al abandono de niños que fallecían en los caminos sin recibir ayuda.
Tsunayoshi aplicó también otras reformas. La primera buscó optimizar la burocracia shogunal por medio de incentivos y castigos a los administradores locales o “daikan”. Pérez y San Emeterio mencionan la introducción de un impuesto extraordinario a todas las aldeas del país, siendo la primera un donativo para reconstruir el Salón del Gran Buda de Tōdaiji de Nara. La segunda vez consistió en el pago uniforme de dos ryō de oro por cada 100 kokus de producción, y que fueron destinados a la reconstrucción tras la erupción del monte Fuji (1707). Ahora bien, estos impuestos no fueron aplicados por los siguientes shogunes.
El octavo shogún Yoshimune (1684-1751) pertenecía a una rama colateral de los Tokugawa, siendo este daimio de Kii. Bajo su liderazgo se implementaron las reformas de Kyohō en donde podemos destacar algunas reformas mencionadas por Pérez y San Emeterio. La primera consistió en flexibilizar el sistema de nombramientos para cargos administrativos para así premiar el mérito y no sólo el estatus. En segundo lugar unificó y racionalizó el sistema penal, recopilando todas las leyes y normas que habían sido emitidas desde Ieyasu para que fuesen utilizadas como fuentes del derecho.
En tercer lugar ordenó publicar y distribuir en las aldeas un pequeño tratado de virtudes confucianas – el Rikuyu Engi – que funcionaría como un medio para la educación popular, tal como se había realizado en China. Por ejemplo este tratado enfatizaba la importancia de ser obedientes a los padres, mostrar reverencia y respeto a los superiores, no hacer nada incorrecto y educar y guiar a los hijos y nietos. De acuerdo con Hall, Yoshimune, con el objetivo de estabilizar el precio del arroz, comenzó a controlar la compra y venta de este.
Otra reforma, que en realidad se venía practicando desde antes, fue el escuchar la opinión popular. Para ello Yoshimune colocó en 1721 una caja de propuestas en una de las puertas del castillo de Edo para poder leer así las peticiones de las personas. Una quinta reforma fue la de imponer una mayor austeridad para disminuir el gasto y buscar formas de aumentar los ingresos. Para ello se permitió que islas fluviales fuesen convertidas en arrozales para así aumentar la producción. Una sexta reforma fue la introducción – excepcional – de una contribución directa sobre los daimios. En palabras de los autores: “Desde 1722 a 1731, fueron tasados con 100 koku por cada 10000 que tuviera de renta. A cambio, pudieron acortar su estancia en Edo (…) de un año a seis meses”.
Yoshimune
Durante el período Edo no todos los shogunes ejercieron un poder directo y personalista como Tsunayoshi o Yoshimune. En algunos casos quienes ejercieron las riendas del poder fueron los ministros, como fue el caso de Tanuma Okitsugu (1719-1788) durante el shogunato de Ieharu. Este ministro promovió el cultivo del gingseng y caña de azúcar, estableció estancos sobre la venta de productos tales como cobre, hierro o latón y dio reconocimiento oficial a gremios urbanos de comerciantes y artesanos quienes tenían un monopolio sobre la producción y distribución de productos a cambio de una tasa.
Ahora bien, estos ministros eran más vulnerables a los ataques políticos y, finalmente, Tanuma fue destituido. Otro ministro fue Matsudaira Sadanobu (1758-1829) – durante el shogunato de Ienari – quien era nieto de Yoshimune. Sadanobu, con el objetivo de sanear las finanzas y luchar contra la corrupción, emitió leyes suntuarias que promovían la frugalidad y limitaba la ostentación. También limitó la migración desde zonas rurales a zonas urbanas, promoviendo la devolución de personas a sus lugares de origen. Continuó con políticas agrarias de roturación de la tierra y almacenamiento sistemático de arroz para prevenir hambrunas. Finalmente el shogun forzó la dimisión del ministro en 1793.
No es el objetivo analizar cada shogunato, por lo que examinaremos a grandes rasgos los principales rasgos y cambios acontecidos en el período Edo para posteriormente abordar su final y la Restauración Meiji. Pérez y San Emeterio explican que la sociedad durante el período Tokugawa, especialmente a partir del siglo XVIII, no concordaba con aquella división estamental de los intelectuales confucianos a saber: guerreros, agricultores, artesanos y comerciantes. Por ejemplo tomemos el caso de los samuráis. Ya señalé anteriormente que las funciones de estos se vieron transformadas producto del nuevo orden instaurado en donde las guerras eran cada vez más escasas.
Los bushi eran una minoría y una clase dirigente que se caracterizaba por poder llevar ropajes y peinados distintivos, así como también portar dios espadas y usar su apellido en documentos oficiales. Los mismos autores señalan que dentro de este mismo grupo existían diferencias. Además del shogún y los daimios, estaban los vasallos principales, los soldados de a pie y, por último, los ashigaru. Los samuráis se vieron envueltos en problemas económicos y terminaron endeudándose con comerciantes dentro de una economía cada vez más monetizada. La migración hacia las ciudades presionó el precio del suelo al alza lo que incentivó a los propietarios a alquilar sus viviendas. En palabras de los autores:
“En algunos casos, los nuevos inquilinos se instalaban en la parte trasera donde abrían pequeños negocios abiertos a callejones, mientras que los propietarios continuaban teniendo sus tiendas en la fachada principal. En otros, los propietarios abandonaban el barrio para vivir de rentas en zonas más baratas, dividían la vivienda en varias habitaciones de un tamaño típico de 10 m2 que arrendaban a una población subalterna en aumento con trabajos mal pagados, especialmente en las grandes ciudades (…)”.
También tenemos los desórdenes acontecidos en la década de 1780 y 1830, me refiero a los ya mencionados ikki, que coincidieron con las hambrunas de Tenmei y Tenpō, aunque también fueron una respuesta a las medidas de las autoridades que buscaban aumentar los ingresos shogunales. Pérez y San Emeterio aclaran que los ikki no conllevaban violencia contra las personas y, más bien, eran protestas de campesinos que se saltaban los conductos regulares a la hora de presentar sus peticiones a las autoridades. No obstante lo anterior, también hubo violencia la cual se manifestaba con el derribo de viviendas y almacenes de comerciantes (uchikowashi).
Así, los ikki no eran movimientos espontáneos y desordenados sino que su actuar estaba basado en un cálculo racional. Cabe mencionar la existencia de otros grupos como “eta” (“mucha suciedad), parte de una casta paria que desempeñaba funciones como recoger y procesar cadáveres de bueyes y caballos, para hacer negocios con sus pieles. Otros grupo paria era los hinin (“no humanos”) que incluían, entre otros, a vagabundos, enfermos, minusválidos e incluso abarcó a artistas.
Pasemos a examinar como fue gradualmente colapsando el bakuhan. Siguiendo a Pérez y San Emeterio tenemos que este régimen se había construido sobre la base de un entorno internacional sin enemigos. Los Tokugawa normalizaron relaciones con Corea, la dinastía Qing (1644-1912) sucesora de los Ming no mostró interés en Japón, y España y Portugal perdieron presencia en Asia Oriental. Pero esto cambiaría en la era del imperialismo Europeo que, a diferencia de siglos pasados, tenían una tecnología superior a la de los países asiáticos. Sumado a esto tenemos también la presencia de buques estadounidenses en mares cercanos a Japón que, como veremos, generaría fuertes tensiones.
Japón también tuvo problemas internos como el excesivo frío entre 1832 y 1837 que afectaron a las cosechas y generaron hambrunas. Si bien en Edo pudo evitarse rebeliones gracias a controles de precios y distribución de arroz entre la población. Pero esto no fue así en Osaka, en donde las personas se estaban muriendo de hambre lo que tuvo consecuencia una revuelta organizada por Ōshio Heihachirō (1793-1837), un antiguo funcionario del bakufu. Ōshio entro a Osaka junto a otros hombres y le prendieron fuego a las casas de los comerciantes, con el resultado de que un quinto de la ciudad resultó calcinada. Si bien el líder fue abatido el mismo día, este episodio debió haber sido una señal de alerta para la autoridad.
Quién llevó a cabo reformas (reformas Tenpō) fue el daimio y rōjū – miembro del Consejo de Ancianos – Mizuno Tadakuni (1794-1851), con el objetivo de revigorizar el bakufu. Algunas eran una continuación de las emprendidas por otros líderes anteriores, como leyes suntuarias y un llamado a vivir con austeridad. Pero hubo otra más radical que fue la disolución de los grandes gremios de comerciantes mayoristas de Edo y Osaka que habían crecido demasiado y acaparado el mercado. Frente a la potencial amenaza extranjera, Mizuno reorganizó las defensas de Edo y creó las primeras divisiones modernas de artillería. Hay que tener en consideración que los japoneses eran conscientes del poder de los occidentales, quienes sometieron a los Qing en China tras las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860).
Mizuno terminó renunciado en 1843 y sería el rōjū Abe Masahiro (1819-1857) quien tendría que lidiar con los desafíos internos y externos. Fue él quien tuvo que hacer frente a la llegada del comodoro estadounidense Matthew C. Perry (1794-1858) quien llegó a la bahía de Edo en 1853 con una moderna escuadra naval que incluía dos vapores. Perry llevaba una carta del presidente Millard Fillmore (1800-1874) en donde realizaba una serie de peticiones. El mandatario se mostraba informado sobre la política de Japón de no permitir el comercio exterior excepto con chinos y holandeses.
Matthew C. Perry
Pero, paso seguido, le hace ver al shogún (aunque la carta iba dirigida al emperador) que el mundo cambiaba por lo que era sabio que las leyes también lo hicieran. Fillmore le hace ver al shogún muchos barcos estadounidenses se dedican a la pesca de ballenas cerca de las costas de Japón, por lo que solicitaba y esperaba que, ante una tormenta que afectara a esas embarcaciones, Japón tratara a los hombres con amabilidad y que protegiera su propiedad. Junto con lo anterior, el presidente informa al shogún que los barcos a vapor que cruzan el océano consumen una gran cantidad de carbón, por lo que le solicitaba que les permitieses para en Japón y poder abastecerse.
Grabado de madera representando a Perry (en el centro)
De acuerdo con Pérez y San Emeterio, frente a esto, Abe buscó consensuar una respuesta entre los daimios que tras intensas discusiones se llegó al Tratado de Kanagawa (1854) el cual fue aceptado por Perry. Se acordó abrir los puertos secundarios de Shimoda y Hakodate para un comercio mínimo, se aceptó el abastecimiento de los barcos estadounidenses, la estancia de un cónsul y la condición de nación más favorecida. Con esto los problemas no terminaron puesto que surgirían otros en torno a las negociaciones sobre – como destacan los autores – concesiones más amplias y cláusulas como la de extraterritorialidad y tarifas arancelarias desfavorables.
Aquí se generó un problema significativo puesto que si bien el bakufu aceptó el tratado, el emperador Kōmei (1831-1867) lo rechazó calificándolo como un desastre nacional. Finalmente la opinión del emperador fue ignorada y se firmó el Tratado de Amistad y Comercio en 1858, que sería seguido por otros con Gran Bretaña, Rusia, Holanda y Francia. Esta afrenta a la casa imperial no pasó desapercibido y, como escriben los autores:
“El agravio a la casa imperial inflamó a los más radicales. El ambiente se tiñó de violencia terrorista llevada a cabo por activistas o shishi (lit. «hombres de espíritu», entre quienes había muchos samuráis pero también chōnin y gentes de extracción campesina, intoxicadas por ideas de lealtad al emperador y expulsión d ellos extranjeros”.
El clima de inestabilidad llevó al shogunato a crear el Shinsengumi (“Nuevo Grupo Elegido”) en 1863, una suerte de policía militar leal al viejo orden shogunal y que se dedicó a combatir a la insurgencia en la ciudad de Kioto. Un hecho destacado fue el denominado “incidente Ikedaya” (1864), en donde la organización se enteró de un plan rebelde (los shishi) para asesinar figuras clave del shogunato, incendiar la ciudad de Kioto y restablecer el poder del emperador Komei. El Shinsengumi rodeó la posada, bloqueó las salidas y atacó a los conspiradores quienes se localizaban en el segundo piso, obteniendo una simbólica victoria.
Uniforme
Sin embargo el clima de inestabilidad, la pérdida del poder del shogunato y el ascenso de nuevos enemigos provenientes de Satsuma y Chōshū terminaron por llevar sal Shinsengumi a su final. La organización participo en la Guerra Boshin (1868) para finalmente ser derrotados en la batalla de Toba-Fushimi (1868) y ser definitivamente aniquilados en la batalla de Hakodate (1869). Hasta nuestros días el Shinsengumi sigue apareciendo en obras de teatro, películas, series de televisión, mangas y animé, representando la lealtad, disciplina, así como también la tragedia.
Otro hecho importante fue crisis de sucesión tras la muerte de Iesada (1824-1858) quien murió sin dejar herederos. Finalmente en 1867 lo sucedió Yoshinobu (1837-1913) quien era parte de la rama Mito del clan y último shogún del período Edo. Ese mismo año falleció el emperador Kōmei quien fue sucedido por Mutsuhito (1852-1912). De acuerdo con Hall las tensiones no terminaron puesto que Yoshinobu era parte de aquella vertiente que deseaba reformas que buscaban fortalecer el bakufu y que contaba con el respaldo de los franceses. Por otro lado estaban los daimios de Satsuma y Chōshū que oponían a los Tokugawa.