2/10-Japón: una mirada panorámica: período Azuka y Nara (por Jan Doxrud)

2/10--Japón: una mirada panorámica: período Azuka y Nara(por Jan Doxrud)

Continuemos ahora con ya mencionado período Azuka (538-710). Como explican Pérez y San Emeterio, el nombre deriva del área al sur de la llanura de Nara en donde se instauraron la mayor parte de los palacios reales desde el año 592. Fue en ese mismo año cuando ascendió el trono la emperatriz Suiko. Hacia el año 710, el período llegó a su fin cuando la nueva capital se trasladó a Heijō-kyō, también conocida como Nara. La emperatriz Suiko (554-628) tomó las riendas del poder cuando el poderoso Soga no Umako hizo asesinar al emperador en el año 587. La emperatriz gobernó junto a su sobrino y príncipe heredero Umayato, también conocido como  Shōtoku Taisho (“príncipe sabio y virtuoso), así como también con la ayuda de Soga no Umako.

En palabras de Agustín Y. Kondo, Shōtoku Taisho se propuso poner fin con las irregularidades y los abusos del sistema señorial. Pérez y San Emeterio destacan tres medidas llevadas a cabo durante este período. En primer lugar tenemos la redacción de dos historias oficiales, siendo una sobre el país y otra sobre los emperadores. Desafortunadamente estas obras se perdieron en el siglo VII.  En segundo lugar se estableció un sistema de 12 rangos y birretes para los oficiales de la corte.

La emperatriz Suiko (por Tosa Mitsuyoshi, 1726)

Como explican los autores, este sistema constituyó un primer intento para transitar “de un sistema de gobierno que se apoyaba en clanes hereditarios a uno de burócratas elegidos por sus méritos, cuyos puestos debían ser individuales e intransferibles”. Por su parte, Kondo añade:

“Estas nuevas categorías jerárquicas, a diferencia de los antiguos títulos adjudicados a los clanes por sucesión hereditaria, debían ser concedidas siempre a título personal y e conformidad con el talento de cada uno. En realidad, lo que intentaba el príncipe Shōtoku era abolir la transmisión hereditaria de los clanes y colocar en puesto destacados a nuevas personas capacitadas”.

En tercer y último lugar, los autores destacan la promulgación de una serie de reglas de comportamiento político así como también de amonestaciones dirigidas a la alta nobleza. Los mismos autores explican que esta suerte de “Constitución” de 17 artículos se inspiró en doctrinas confucianas, budistas y legales provenientes de China, así como también de elementos autóctonos del gobierno. En estos artículos se puede apreciar la importancia de valorar la armonía, obedecer respetuosamente las órdenes imperiales, no gravar injustamente al pueblo y tener siempre presente solo existe un señor o soberano el cual es “amo de toda la gente”.

Billete con la imagen de Shōtoku (1958)

Otro fenómeno a destacar fue la gradual penetración del budismo desde la península coreana desde mediados del siglo VI.  Sobre el fenómeno de la penetración del budismo en Japón, Pérez y San Emeterio escriben que este sistema de creencias, además de ser una doctrina religiosa, era también un potente instrumento que proporcionaba autoridad y legitimidad sagradas. Sumado a esto, la penetración del budismo desde el extranjero permitió “la introducción de avanzadas técnicas en los campos del calendario, arquitectura, ingeniería, pintura, escultura, orfebrería o fabricación de tejas, siendo en ellos fundamental la actividad de los inmigrantes coreanos”. Por último, añaden los autores, el budismo se percibía “como una parte esencial de la civilización china y un requisito para ser aceptado en la comunidad internacional”.

De acuerdo con Hall, el rasgo más notable de la dinastía Tang en China fue el haber instrumentalizado el budismo en favor de los intereses del Estado. El historiador afirma que la introducción de esta religión universal en Japón constituyó un giro en la historia cultural de esta nación, tal como sucedió con el cristianismo en las Islas Británicas. A esto añade Hall:

“En realidad, la influencia del budismo en el Japón había de ser incluso más profunda y duradera que en la propia China, y el Japón es todavía uno de los grandes baluartes de la religión budista en el mundo de hoy”.

Habrían sido tres las principales funciones del budismo en Japón. En primer lugar aportó un nuevo sistema de creencias y formas de piedad. En segundo lugar, como una institución religiosa internacional, “fue un vehículo importante de la civilización china hacia el Japón. En tercer lugar, constituyó una gran fuerza en los asuntos políticos del país. Con el tiempo, y con el apoyo tanto público y privado, el budismo se transformaría en una institución de peso político y económico en Japón.

Pérez y San Emeterio citan el caso de las dos embajadas japonesas enviadas a China en 804 en donde destacan las figuras de dos monjes Saichō y Kūkai. De acuerdo con los autores, uno de los objetivos de esta embajada en la que iba Saichō fue la de importar el budismo que estaba en boga: el Tendai. En cuanto a Kūkai, este estudió filosofía india, sánscrito y budismo esotérico, introduciendo este último en Japón bajo el nombre de la secta Shingon. El punto de esto es que comenzaría a emerger distintas sectas budistas llegando a haber 8 oficiales.

Solo a finales del siglo del siglo X surgiría una nueva corriente budista menos elitista y más cercana a las masas populares: el budismo de la Tierra pura o amidismo. Este segundo término proviene de “Amida” era el paraíso de la Tierra Pura del Buda que se prometía a aquellas almas salvadas. Así, esta corriente, más que proteger a las personas antes las desgracias mundanas, apuntaba a la salvación de las personas.

Pérez y San Emeterio señalan que la característica principal de los linajes amidistas que se desarrollaron a lo largo del período Kamakura fue la fe en la salvación por medio de misericordia del Buda y de la simplificación del camino para alcanzarla. Junto con esto añaden: “Para ellos, no eran necesarios mediadores (las instituciones religiosas tradicionales) para llegar al paraíso. Por gracia divina, cada individuo podía resucitar en el Paraíso de la Tierra Pura recitando solo el nenbutsu, la invocación a Amida”. Por último cabe mencionar la llegada del budismo del zen, dominante en la dinastía Song y Yuan.

Amida Buda de Kamakura

El zen logro asentarse en las altas esferas de la política gracias al patronazgo del clan Hōjō que dominó la política tras el asesinato de los descendientes de Yoritomo. La particularidad del zen fue que se preocupaba por del conocimiento, el desarrollo espiritual y la disciplina moral, mientras que el budismo tradicional ponía un excesivo énfasis en la correcta ejecución de ritos y en el estudio de las escrituras. Pérez y San Emeterio otra razón para apoyar a esta vertiente de budismo:

“Los monjes zen poseían valiosos contactos con el continente, a través de los cuales se facilitaban los intercambios económicos. Además, su familiaridad con la alta cultura china y el enrevesado lenguaje oficial los capacitaba para actuar como agentes diplomáticos, papel que seguirían desempeñando durante el subsiguiente sogunato de Muromachi”.

Agustín Y. Kondo, explica que la adopción del budismo no estuvo exenta de tensiones. Sucedió que hubo enfrentamiento entre clanes, en donde el clan Soga abogó por la aceptación del budismo en contra de la posición contraria representada por el clan Mononobe. Finalmente en el año 587 triunfo la postura de los Soga y los Mononobe fueron despojados de su patrimonio. Hall señala que la introducción del budismo constituía una amenaza para aquellos que defendían el sintoísmo y rechazaban que el Buda estuviese por encima de las divinidades locales.

Quisiera hacer un paréntesis para referirme al sintoísmo. En el libro “Historia de las religiones”[1], Massimo Raveri explica que el sintoísmo  es un sistema rico y complejo que puede manifestarse tanto a nivel local entre los humildes campesino así como también a nivel nacional siendo una “fuente de referencia ideológica de la autoridad del monarca”. El sintoísmo constituye una adaptación de las creencias de aquellos primeros seres humanos que llegaron al archipiélago desde las islas malayo-polinésicas así como de Corea y China meridional. Algunas de las creencias del sintoísmo es la existencia  de una identidad sustancial entre lo divino y lo humano, y en donde no existe nada parecido a un “pecado original”. Junto con esto destacan la importancia de los kami que son entidades sobrenaturales y ambiguas y que poseen un poder tanto para crear como para destruir.

Ahora bien, como afirma Raveri: “(…) en la configuración del panteón en el Más Allá se proyectaba la estructura social de la época, y hallaban una legitimación sagrada las relaciones de poder entre familias”. Por ejemplo, la diosa del Sol Amaterasu era la progenitora de la dinastía imperial, Susanowo (su hermano) era el sostenedor de la tradición sagrada del clan Izumo y, por último, Amenokoyane era adorado por la poderosa familia Fujiwara. También existían dioses populares como los kunitsukami o dioses de la tierra, como era el caso de ta no kami, una divinidad de carácter fálico que era símbolo de la fertilidad y protector de los arrozales.

También habían otros dioses como Inari, dios del comercio, la riqueza y el arroz o yama no kami, divinidad de la montaña. Respecto a esto último, los santuarios eran construidos  a las faldas de las montañas. Como explica Raveri, las montañas representaban un espacio sagrado y el mundo misterioso. Cuando comenzaba el cultivo del arroz yama no kami descendía y se instalaba entre los campesinos para proteger sus cultivos hasta que, tras la cosecha y danzas y cantos, las personas lo acompañaban de vuelta al bosque. La montaña también simbolizaba el reino de las almas de los muertos en donde estos, tras ser purificados mediante los rituales, pasan a ser entidades tutelares que habitan en los montes. En palabras de Raveri:

“Todos lo años, las almas de los difuntos descienden al valle en la época del bon, la fiesta de los muertos, que se celebra en pleno verano, ,. Son acogidos en las casas y venerados con ofrendas ante el altar de los antepasados”.

Por último la montaña simbolizaba lo que Raveri denomina como “espacialidad abstracta y escueta”, un espacio inmutable privilegiado para la experiencia mística. Desde el período Nara (710-794) se constituyeron comunidades de ascetas (yamabushi). El sintoísmo continuaría evolucionado, adaptándose y haciendo frente a otros rivales, principalmente el budismo. Sería, como veremos posteriormente, durante el período Meiji (1868-1912) en donde este recobraría su poder e influencia, y en donde se instauraría un sintoísmo de Estado lo que continuaría durante la era Taishō (1912-1926) y Shōwa (1926-1989).

En 1868 se creó un sistema de santuarios nacionales que eran controlados por el Ministerio de Ritos Divinos que, en 1872, pasaría a denominarse Ministerio de la Doctrina. Finalmente este sintoísmo de Estado pasaría a depender del Ministerio del Interior. Como examinaremos más adelante, debido a esta unión entre poder político y espiritual, el sintoísmo pagaría el precio por su complicidad lo que significaría que las potencias victoriosas suprimieran el sintoísmo de Estado, algo que examinaremos más adelante. Finalizo aquí este breve paréntesis sobre el sintoísmo.

Regresemos a la influencia china. En palabras de Pérez y San Emeterio – y como se afirmó anteriormente – , el imperio chino unificado en el año 589 bajo la dinastía Sui y continuado por los Tang, fue un modelo a seguir por parte de los gobernantes japonenses. En el caso de la emperatriz Suiko, envió cuatro embajadas a los Sui, las cuales tenían como objetivo el comercio, el aprendizaje de técnicas de gobierno y administración e indagar sobre las doctrinas budistas y confucionistas. Estas misiones no sólo estaban integradas por oficiales, sino que también por estudiantes y monjes que permanecían largas temporadas en China. Cabe señalar que la relación entre China y Japón era tributaria, puesto que los, Chinos no concebían la existencia de “Dos Hijos del Cielo”

Tras la muerte de este trío de gobernantes el clan Soga continuó teniendo una fuerte influencia hasta que en el año 645 sus principales miembros fueron asesinados por la oposición compuesta por nobles y miembros de la familia imperial. En palabras de Kondo:

“Los reformistas, reuniéndose en torno al príncipe Naka-no-Ōe y Nakatomi-no-Kamako (614-669) – que luego se llamaría Fujiwara Kamatari – , llevaron a cabo un golpe de Estado, en junio del año 645 (el primer año del período Taika), para hacerse con las riendas del poder”.

Kamatari, originalmente llamado Nakatomi, recibió del emperador el título de Fujiwara por los servicios prestados durante la reforma Taika. Tras este episodio, explican Pérez y San Emeterio, comienza la era Taika o “gran cambio” que tenía como objetivo “avanzar hacia la burocratización y centralización del Estado a imitación de la poderosa dinastía Tang que se había instalado en China en 618”.

Fujiwara Kamatari

Entre los cambios que destacan ambos autores tenemos: la elaboración de un censo de población, registro de tierras para la fijación sistemática de impuestos, establecimiento de una administración regional y local dividida en provincias, distritos y villas. Con el objetivo de debilitar a los clanes, se les confiscaron sus tierras para redistribuirlas entre los campesinos y, a cambio, recibieron títulos nobiliarios y un estipendio por parte de la corte.

Sería con el emperador Tenmu cuando donde Japón pavimentaría el camino hacia el establecimiento de un Estado pleno. Este emperador llegó al poder tras una guerra de sucesión contra el hijo de su hermano mayor, Tenji, quien era en realidad el sucesor legítimo. Así, tras la guerra Jinshin, Tenmu ejerció un poder de manera directa que se fundamentaba en el status sagrado de su figura. De acuerdo con Pérez y San Emeterio, durante este período se puede decir que emergió un nuevo país. Se fundó una nueva capital – Fujiwara-kyō –  la cual funcionó entre los años 694 y 710. Sumado a lo anterior con la fundación de esta ciudad, se dio un paso para transformar a los clanes en una burocracia estatal y, por primera vez, se emitió una moneda para costear los gastos de construcción y para fomentar el intercambio comercial.

Otro hecho importante es el nuevo título que detentó Tenmu: el de tennō o “Soberano Celestial” en lugar de ōkimi o “Gran Rey”.  El tennō gobernaba sobre “Nippon” o “Nihon”, nombre que sustituyó al de Wa en tiempos de la emperatriz Jitō (645-703), el cual tenía un significado geográfico: “Sol naciente”. Sobre este nuevo título comentan Pérez y San Emeterio:

“Con él cristalizaba la vieja aspiración de los soberanos de Wa a estar en una posición  de igualdad respecto a los emperadores chinos. Su significado se transformó en Japón, pues ese cielo o ten no señalaba al universo taoísta, sino al lugar donde vivía la nativa diosa del sol Amaterasu, identificada como la antepasada del clan imperial”.

Modelo a escala del palacio Fujiwara

Con Tenmu también comenzó la recopilación y edición del Kojiki (Registro de los hechos antiguos, 712) y Nihonshoki (Crónicas de Japón, 720). Como explican Pérez y San Emeterio, aunque estas son las primeras obras escritas sobre Japón que han llegado hasta nuestros días, hay que ser cautelosos. La razón es que su objetivo era más bien legitimar la soberanía de la familia imperial más que describir hechos del pasado. Por ejemplo, el Kojiki narra los mitos fundacionales de Japón y que se centran en la diosa del sol Amaterasu. Así, de acuerdo con los autores, el punto original e importante de esas obras fue el establecer que “la legitimidad del gobierno se basaba en una relación de sangre con la diosa Amaterasu”.

Durante este período, como se señaló, continuó el proceso de centralización y burocratización, creándose el código legal de Kiyomihara (689-702), un registro civil y lo que significó la verdadera renovación del Estado: el Código Taihō a comienzos del siglo VIII. Como explican Pérez y San Emeterio, este no fue meramente una corrección del Kiyomihara sino que fue uno nuevo que tomó como modelo los códigos civiles y penales chinos, los cuales fueron adaptados a la realidad de Japón. Por su parte, Agustín Y. Kondo señala que, virtud de este código, el gobierno central se propuso realizar un censo de población cada 6 años y repartir a cada familia del pueblo llano una parte de las tierras públicas.

Como explica Florentino Rodao en su libro, “La soledad del país vulnerable. Japón desde 1945”, la idea de un funcionariado meritocrático comenzó en China siglos antes de Cristo con Confucio.  Los funcionarios y mandarines era elegidos en virtud de sus conocimientos y capacidad para repetir los grandes textos clásicos. Posteriormente, esta idea de un cuerpo de funcionarios expertos, eruditos y bondadosos traspasó las fronteras de China. Ya hice referencia al sistema de 12 rangos que sería la base para que los burócratas fuesen seleccionados de acuerdo con el mérito. Esta burocracia sobreviviría a lo largo de los siglos, aunque con cambios significativos producto del proceso de modernización, y tendrían un rol central en dirigir desde las alturas el sistema económico.

Aquí resalta una importante figura – que mencioné anteriormente –  cuya familia ejercería un gran poder en períodos posteriores. Me refiero a Fujiwara no Fuhito (650-720) quien trabajó bajo la supervisión de la emperatriz retirada Jitō. El código regulaba diversos aspectos, por ejemplo: división administrativa y territorial, el orden burocrático, reparto de tierra, sistema impositivo, etc. En palabras de los autores:

“(…) el Estado quitó la propiedad de la tierra a los clanes y la hizo de dominio público, mientras los campesinos, que vivían en condiciones de semiservilidad bajo los clanes, pasaron a estar sujetos a la autoridad del emperador. En su nombre el Estado, tras la realización de censos y catastros, redistribuyó equitativamente el uso de la tierra, y procedió a una recaudación racional de impuestos para fortalecer su control centralizado y obtener ingresos regulares”.

Por su parte, Kondo destaca el trabajo llevado a cabo por el poder imperial para debilitar a los clanes: erradicar las relaciones de parentesco en los clanes, liberar a los grupos de artesanos semiserviles para transformarlos en súbditos directos del Estado. En resumen, y como escribió Kondo el objetivo era “planificar” y llevar a efecto la devolución de todo el territorio nacional y de todos los hombres llanos al dominio inmediato del Estado o a la corte soberana”. Así, la finalidad – dentro del objetivo medular a saber: la centralización del poder en la familia imperial –   era poner fin a la política despótica de los clanes así como también la abolición de la transmisión hereditaria de los cargos públicos.

Hall señala que el territorio fue dividido partiendo  con la capital, la cual fue dividida en distritos de izquierda y de derecha. Luego se extendió a las provincias administradas por gobernadores enviado desde la capital. Las provinicas, a su vez, fueron divididas en distritos y estos últimos en aldeas administrativas. Añade el historiador que, con el objetivo de supervisar de manera eficiente las provincias desde la capital, se creo todo un sistema de carreteras

Como señalé anteriormente, la capital sería trasladada a Nara (Heijō-kyō), dando inicio a la era que lleva ese mismo nombre (710-794)|. Pérez y San Emeterio explican que Nara era una ciudad con una planta cuadrangular, cruzada por calles y avenidas que discurrían paralelas de este a oeste y de norte a sur, dividiéndola de esa manera en manzanas regulares. Añaden que la cercanía o lejanía del palacio indicaba el nivel social de sus moradores. Por su parte Hall destaca el hecho de que esta ciudad careciera de una muralla exterior, lo cual constituía “una señal del seguro aislamiento del Japón, que le ponía a salvo de invasores extranjeros e incluso de enemigos interiores de cierta importancia”.

Para el mismo historiador esta ciudad constituía el modelo y resumen de los nuevos progresos que esta nueva nación en formación podía llevar a cabo bajo la influencia china y el mando aristocrático. Pérez y San Emeterio añaden lo siguiente sobre esta ciudad:

“(…) en Nara destacaban los numerosos templos budistas que se erguían exhibiendo una arquitectura de estilo chino con cimientos de piedra y cubiertos de tejas. Como capital, Nara era el epicentro de un sistema de comunicaciones que la unían con el resto del país a través de siete carreteras principales que daban nombre a las siete grandes regiones del país (…) Estas carreteras tenían postas con caballos y alojamientos cada 16 km para su uso por los oficiales del gobierno”.

Retornando a la política, Pérez y San Emeterio destacan tres cuestiones. La primera era que en el siglo VIII proliferaron las intrigas, exilios forzosos y asesinatos de rivales dentro de la corte. Esta lucha por lograr colocar a distintos candidatos a la corona creó inestabilidad en el gobierno. Tras cuatro generaciones, la línea de Tenmu llegó a su fin con la emperatriz Shōtoku que, como explican los autores, gobernó primero como tennō Kōken (749-758) y posteriormente como Shōtoku (764-770).

La transmisión del poder había sido directa y patrilineal. Pero hubo un cambio, tal como lo destacan los autores, es decir, otro “requisito” de legitimidad: el tener sangre de la familia Fujiwara (recordemos Fujiwara no Fuhito y su protagonismo en la elaboración del Código Taihō. Esta familia logró encumbrarse en el poder por medio de alianzas matrimoniales, esto es, casando a mujeres pertenecientes a la familia con emperadores y príncipes.

emperatriz Shōtoku

Fujiwara no Fuhito esposó a su hija con el emperador Monmu (683-707) y, posteriormente, esposó a otra de sus hijas con su nieto Shōmu. De acuerdo con Pérez y San Emeterio, los Fujiwara conservaron su influencia durante gran parte del siglo VIII, aunque tuvieron recurrir a la fuerza y a la violencia para mantenerse seguros. Pero su poder se sustentaba principalmente en su base económica como los ingresos derivados de bienes inmuebles y campos de cultivos (entre otros).  De acuerdo con Kondo, a principios del siglo XII la mitad de los campos cultivados de las 3 provincias meridionales de Kyūshū​ – Satsuma, Ōsumi y Hyūga – estaban bajo la administración de este clan. Junto con esto añade Kondo:

“(…) los Fujiwara, que habían logrado con éxito afianzar la posición política de su linaje, se mantuvieron en la cumbre del poder político y económico durante cuatro siglos; su esplendor se sitúa desde la segunda mitad del siglo X, con Michinaga (969-1027), hasta finales del XI, con Yorimichi (992-1074)”.

La segunda cuestión destacada por los autores se relaciona con la anterior y es que este requisito de que los emperadores tuviesen sangre Fujiwara terminó por crear inestabilidad en la sucesión. La razón es bastan evidente y era la ausencia de un sucesor en determinados momentos lo que tuvo como consecuencia el acceso de varias mujeres al poder imperial. El objetivo era que esas mujeres esperasen a que sus hijos, nietos o hermanos fuesen adultos para tomar las riendas del poder. Una tercera y última cuestión destacada  por los autores fue la influencia del budismo en el gobierno del país lo que se tradujo en la celebración de oficios y rituales en la corte para contar así con los beneficios protectores del budismo.

Emblema del influyente clan Fujiwara

También la relevancia del budismo significó la construcción de templos y estatuas en distintas ciudades, como es el caso del Buda Vairocana localizado en el templo Tōdai-ji. Pérez y San Emeterio añaden que el Tōdai-ji se transformó en un centro de copiado y entonado de sutras.  Es posible encontrar allí el Shōsō-in, un almacén creado en el 756 que guardaba objetos personales y preciados del emperador Shōmu. Al respecto escriben los autores:

“En los tesoros del Shōsōin se utilizaron todo tipo de materiales y técnicas. Saltan a la vista tejidos con leones bordados, decoraciones en nácar representando camellos y loros y figuras de arqueros barbudos a caballo. Estas temáticas hacen referencia a un contexto cultural y artístico completamente ajeno al archipiélago. Los tesoros del Shōsōin son el resultado de la existencia de una serie de rutas comerciales que atravesaban montañas y desiertos para conectar las diversas culturas euroasiáticas, siendo la costa japonesa el eslabón más oriental de esta cadena”.

El emperador Shōmu, quien gobernó entre los años 724 y 749 tomó los hábitos budistas cuando abdicó y  mismo hizo esposa su tras abdicar: convertirse en monja para luego retornar al trono como Tennō Shōtoku.  Incluso existe una historia en torno a ella, en donde un monje budista Dōkyō logró curarla mágicamente. Cuando la emperatriz asumió nuevamente el poder en el año 764, convirtió a Dōkyō en su favorito nombrándolo Gran Canciller budista en el año 765 y rey del dharma el año siguiente. Ahora bien, lo planes de dejarlo como sucesor se vieron frustrados tras la muerte de la emperatriz en el 770: Dōkyō fue apartado del poder y exiliado.

Vairocana, el Gran Buda de Tōdaiji, Nara

La literatura fue un aspecto que floreció en estar era. Tenemos el Kaifūsō o “Poemas nostálgicos del viento” compilado en el año 751. Esta constituyen en palabra de Pérez y San Emeterio “la primera colección de poesía china elaborada en Japón de la que se tiene conocimiento. Junto con esto los autores también destacan el Man'yōshū que es el primer compendio de poesía en japonés compilado entre los años 759 y 780.

Antes de abordar el período Heian debemos regresar al tema de la tierra. Siguiendo a Kondo, tenemos que quien recibía una porción de tierra pública tenía garantizado el usufructo vitalicio de su arrozal. Ahora bien estas tierras cedidas continuaban siendo propiedad del Estado, por lo que quienes recibían estas parcelas tenían derechos pero también obligaciones. Kondo destaca una serie de impuestos que estos campesinos debían pagar. En primer lugar está el tributo cerealista cobrado anualmente en especie, habitualmente en arroz. En segundo lugar estaba el impuesto profesional que pagaban solamente los varones, sin diferenciar entre ricos y pobres (pero sí entre rango etarios), y que afectaba a todos los demás tipo de productos, principalmente los derivados de la artesanía. En tercer lugar tenemos las prestaciones personales consistente en un servicio laboral que realizaban los hombres adultos residentes fuera de las regiones vecinas a la capital.  Sobre este nuevo sistema imperante comenta Kondo:

“(…) desde una perspectiva global, el plan de reforma revela un progreso notable, si se compara con el incontrolable acaparamiento de los clanes poderosos de tiempos pasados habían hecho a su antojo. En realidad, con el nuevo sistema no sólo se doto a todos los ciudadanos de un método uniforme de tributación, sino que al mismo tiempo se establecieron límites jurídicos a los deberes fiscales que cada cual debía cumplir”.

Continúa explicando el autor que, con el tiempo, se introdujeron otras reformas. Tenemos el decreto imperial que reconocía que quienes transformaran terrenos baldíos en campos cultivados, podrían poseerlos hasta la tercera generación. Un cambio ulterior fue la promulgación de la ley de la propiedad privada perpetua sobre los nuevos terrenos roturados (743).

Junto con esto, Kondo resumen las principales características de este período Azuka y Nara. En primera lugar tenemos la realización de empadronamientos censales. En segundo lugar se emancipó al pueblo llano del yugo señorial. En tercer lugar se confiscaron los patrimonios privados para que fuese parte del Estado. En cuarto lugar hubo un sistemático reparto legal de las tierras nacionalizadas entre la masa popular. En quinto lugar se llevó a cabo una política de unificación a escala nacional de las cargas tributarias. Por último, Kondo describe esta época como “la más luminosa en lo que se refiere a la sistematización de leyes constitucionales y procesales”.

Ahora bien el mismo autor destaca que con los siglos se generarían importantes cambio políticos y administrativos. Por ejemplo, tenemos lo incentivos creados con el objetivo de obtener tierras en virtud de la ley de la propiedad privada perpetua. Como explica Kondo, los primeros interesados en romper terrenos incultos fueron los nobles residente en la capital, así como los grandes templos budistas y sintoístas. Primero abordemos el período Heian para, posteriormente, continuar con el tema de la evolución de la tierra y el sistema administrativo.


[1] G. Firolamo, M. Massenzio, M. Raveri y P. Scarpi (Editorial Crítica).