1/3-Libro: Falsa alarma. Por qué el pánico ante el cambio climático no salvará el planeta” (por Jan Doxrud)
En estos artículos examinaremos algunas de las ideas planteadas en el libro de Bjorn Lomborg titulado “Falsa alarma. Por qué el cambio ante el cambio climático no salvará el planeta”. Lomborg es de origen danés y recibió su M.A en Ciencias Políticas en la Universidad de Aarhus, para posteriormente doctorarse en Ciencias Políticas en la Universidad de Copenhague. Lomborg es también un conferencista y figura pública que participa en programas de televisión y noticias, en donde defiende su visión sobre la temática sobre el ambientalismo, el cambio climático y el calentamiento global. Lomborg es fundador del think-tank “Copenhagen Consensus Center” que actualmente lidera y que, como podemos leer en su sitio web: “(…) investiga las soluciones más inteligentes para los mayores problemas del mundo, asesorando a los responsables políticos y filántropos sobre cómo gastar su dinero de la manera más eficaz”.
Comencemos con el libro. En la introducción, el autor aclara que el cambio climático es un problema real y, cuando habla de cambio climático, incluye – además del incremento de las temperaturas – otras variaciones como sequías, inundaciones, tormentas, muertes relacionadas con el calor, pérdida de rendimiento de las cosechas, muertes por frío y aumento del nivel del mar. Uno de los protagonistas en este tema es el dióxido de carbono que proviene de la quema de petróleo, gas y carbón. Este es un gas que deja pasar el calor del sol, pero bloquea su salida al espacio de una parte de ese mismo, reteniendo así más calor.
Por ende, el autor no es un “negacionista” sino que reconoce la existencia de un problema, pero lo que lo diferencia de otras posturas es que no es un fatalista o catastrofista respecto del tema climático y se muestra en desacuerdo con ciertas medidas que proponen esos agoreros del pesismismo. Por ende, es importante no caer en visiones dicotómicas radicales o maniqueas, en donde solo existen dos posturas: ser o no ser un negacionista. Como afirma el autor en el epílogo:
“Si aspiramos a mejorar la situación climática, debemos volver a situar el debate en la realidad. El cambio climático existe, lo hemos provocado nosotros y debemos solucionarlo. Pero se trata de un problema, no del fin del mundo. El pánico no es el camino a seguir”.
Este es un problema complejo no solo en el sentido de que es difícil, sino que también es un problema sistémico en donde la causalidad no es lineal y determinista, puesto que estamos abordando sistemas que, a su vez, cuentan con subsistemas en donde sus componentes interactúan constantemente y de los cuales surge estas propiedades denominadas – valga la redundancia – “emergentes”. Estas propiedades emergentes que surgen de sus componentes no las tienen los componentes considerados individualmente y, por lo demás, ejercen una influencia sobre estos componentes. Por ende, las soluciones no se reducen a aplicar medidas “top-down” por algún gobierno, puesto que se deben complementar con políticas “bottom-up”. Pero, como veremos más adelante, tampoco bastan acciones individuales como no tener hijos, no viajar en avión o comprar un auto eléctrico.
El autor no se ha salvado de ser etiquetado como “negacionista” tal como lo podemos ver ene este medio italiano
Como señalé, es un tema difícil puesto que se requiere de una coordinación y cooperación global que trascienda los intereses nacionales. En suma, tenemos que cada país actúa en función de su propio interés y buscan promover el crecimiento y bienestar. De acuerdo con lo anterior, tenemos que los incentivos individuales a favor de reducir los gases de efecto invernadero son mínimos en muchos países. Por ende, las medidas “verdes” tomadas por el país “A” terminan beneficiando a otros países “B” y “C” que no son parte de los acuerdos globales en materia climática, manteniendo su sistema económico no sometidos a restricciones.
https://www.dw.com/en/should-african-nations-develop-their-own-fossil-fuel-resources/a-69660494
También puede suceder que ciertos países puedan reducir sus emisiones deslocalizando parte de su producción en países donde es “barato” contaminar. Tenemos, por ende, que prevalecen los intereses nacionales y, junto con esto, se puede añadir otro problema que gira en torno a las preferencias temporales. Con esto último se quiere dar a entender que algunos países estarán más orientados al presente, mientras que otros estarán más enfocados en el futuro. Algunas autoridades estarán dispuestas a sacrificar el crecimiento económico y el bienestar social (e incluso el aumento de los precios), con el objetivo de promover un medioambiente a las generaciones futuras. Por otro lado, tenemos que otras autoridades políticas priorizarán el crecimiento económico actual, sin tener mayor consideración por la generaciones futuras. Así, la solución es buscar un punto de equilibrio en esto.
Lomborg muestra su preocupación por la proliferación (y exceso de visibilización) – en los medios de comunicación – de la narrativa catastrofista, la cual tiene repercusiones importantes. De acuerdo con el autor, el cambio climático se encuentra asociado a una “metanarrativa” o “relato global totalizador que abarca casi todo lo que leemos y oímos relacionado con él (…)”. Por ejemplo, hay quienes deciden no tener hijos o niños que no van a la escuela para protestar con el calentamiento global. Recordemos que Greta Thumrbeg fue protagonista de las denominadas “huelgas escolares”, mientras que, en otros países, como en África, estudiar es un lujo que solo uno de los hijos tendrá el honor de tener. La American Psuchology Association incluso nos habla de la “ecoansiedad” consistente en el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental.
El autor también destaca esta manía monotemática u obsesión por el tema del clima – como si no hubiesen otros más graves – el cual sería el origen de todos los problemas mundiales. En palabras de Lomborg:
“Hoy en día estamos tan concentrados n el cambio climático que muchos de los desafíos mundiales, regionales, y hasta personales se han fundido casi por completo con el problema del clima. Mi casa corre el riesgo de inundarse: ¡cambio climático! Mi localidad sufre la amenaza de un huracán: ¡cambio climático! La población se muere de hambre en el mundo en vías de desarrollo: ¡cambio climático!”.
Más adelante añade:
“La extraordinaria atención que prestamos al clima también implica menos tiempo, dinero e interés para dedicarlos a otros problemas. El cambio climático suele quitar oxígeno a casi cualquier conversación sobre otros desafíos globales”
¿Por qué razón estas narrativas fatalistas han ganado terreno? Una respuesta obvia es que las malas noticias venden más que las buenas noticias, más clicks, más visualizaciones, más votos para el político y más fuentes de financiamiento para activistas y ONGs. Pareciera ser que hay existe competencia entre quien inventa la narrativa más catastrófica. El lector podría considerar el caso del secretario general de la ONU, Antonio Guterres quien, sin duda, se postula como uno de los ganadores. Por ejemplo, en la COP27 afirmó “Nos acercamos al infierno climático, aún con el pie en el acelerador”. El mismo Guterres señaló en el Museo Americano de Historia Natural (Nueva York): “Al igual que el meteorito que acabó con los dinosaurios, nuestro impacto es enorme. En el caso del clima, no somos los dinosaurios. Somos el meteorito”.
Lomborg cita el caso de la figura del oso polar famélico al borde de la extinción que, por lo demás, fue utilizado por Al Gore en su documental del año 2006. De acuerdo con el autor, los osos polares sobrevivieron durante los primeros milenios del último período interglaciar que aconteció entre 130.000 y 115.000 años atrás, cuando hizo más calor que en la actualidad. También sobrevivieron durante los primeros milenios del período interglaciar actual “cuando la cubierta del hielo marino del Ártico menguó considerablemente y hasta hubo largos períodos estivales sin hielo en el océano Ártico central”. Ahora bien, y tal como lo corroboró el Grupo den Especialistas en Osos Polares en la década de 1960, la mayor amenaza para estos animales era la caza indiscriminada. Desde que se reguló la caza el número de osos polares aumentó, llegando – de acuerdo con el cálculo oficial – a 26.500 individuos (2019), la cifra más alta registrada.
Tenemos también el caso de muertes producto de las olas de calor. Pero sucede que también existen las olas de frio las cuales matan aún más personas. En el año 2015 se publicó en Lancet los resultados de una investigación sobre las muertes causadas por el frío y el calor. Este estudio es la mayor hasta la fecha y que incluyó nel estudio de 74 millones de fallecimientos en 384 lugares de 13 países diferentes. Lo que los investigadores descubrieron fue que el calor produjo casi el 0,5% de todas esas muertes estudiadas, mientras que el frío fue responsable de más del 7% de estas. Como afirma Lomborg, “el calor mata en pocos días, mientras que el frío lo hace a lo largo de varias semanas”.
También se ha querido culpar al cambio climático de la guerra (así como de diversos conflictos sociales). En primer lugar, esto incurriría en una falacia reduccionista inaceptable dado que las guerras tienen causas de diversa índole. Por lo demás, habría que preguntarse por qué razón se generan guerras en algunos países y en otros no. Pero más grave aún es que esta clase de explicaciones eximen a los individuos de sus responsabilidades y la delegan en fuerzas que están fuera de su control. En un estudio[1] los geografos del University College London Erin Llwyd Owain y Mark Andrew Masilin afirman lo siguiente:
“Descubrimos que las variaciones climáticas, como la sequía regional y la temperatura global, no tuvieron un impacto significativo en el nivel de conflicto regional o en el número total de personas desplazadas. Las principales fuerzas impulsoras del conflicto fueron el rápido crecimiento demográfico, el crecimiento económico reducido o negativo y la inestabilidad de los regímenes políticos. El número total de personas desplazadas estuvo vinculado al rápido crecimiento demográfico y al crecimiento económico bajo o estancado”.
Tenemos entonces que, para Lomborg, existe un problema en materia climática, pero no es el fin del mundo ya que el problema es manejable, siempre y cuando se apliquen medidas realistas, eficientes e inteligentes. Sumado a esto hay que ser escéptico de aquellos relatos catastrofistas que apelan a las emociones y no al pensamiento crítico. El enfoque correcto debe tener presente que los recursos son escasos, que hay que priorizar y realizar análisis considerando tanto los costos como los beneficios.
Como señala Lomborg, hay personas que, por un lado, protestan por la pobreza y la desigualdad pero, por otro, quieren reducir las emisiones a cero, lo cual termina afectando principalmente a aquellos países más pobres puesto que dependen de energías baratas y fiables como es el caso de los combustibles fósiles. Teniendo en consideración las predicciones de la ONU sobre las emisiones de CO2, la temperatura mundial será 4,1°C mayor que en la época preindustrial. A pesar de que en el 2020 se produjo una reducción en las emisiones debido a que los países ricos dejaron de emitir un tercio de todo el CO2, tenemos que los países pobres continúan emitiendo y tales emisiones van en aumento.
Por otro lado, Lomborg afirma que uno de los aspectos más perversos del cambio climático es que su mayor parte es causada por países ricos, pero quienes más sufren sus consecuencias son los pobres, puesto que dependen de sectores productivos vulnerables como lo es la agricultura. Pero, si se aplican políticas climáticas que busquen reducir drásticamente las emisiones, los países pobres se verán también perjudicados, por ejemplo, con la aplicación de un impuesto al carbono lo que perjudicaría su competitividad a nivel internacional. Esto es algo de sentido común, tal como lo expone Bill Gates en su libro “Cómo evitar un desastre climático”:
“Sería inmoral y poco práctico intentar evitar que quienes se encuentran en los peldaños inferiores de la escala económica traten de ascender. No podemos esperar que los pobres continúen siéndolo sólo porque los países ricos vertieron demasiados gases de efecto invernadero a la atmósfera, y, aunque quisiéramos, no habría manera de obligarlos”.
[1] “Assessing the relative contribution of economic, political and environmental factors on past conflict and the displacement of people in East Africa”