George H. Sabine: El Fascismo (por Jan Doxrud)

George H. Sabine: El Fascismo (por Jan Doxrud)

En este artículo, que es la continuación de una seguidilla de artículos sobre el fascismo, me centraré en las ideas del filósofo político George Holland Sabine (1880-1961) sobre el fascismo tal como lo expone en su clásica “Historia de la Filosofía Política” (1937). El autor se doctoró en la Universidad de Cornell (de la cual fue Vicepresidente entre 1943 y 1946) y ejerció su carrera académica en las universidades de Stanford, Missouri, Ohio y Cornell.

En el capítulo XXXVI de su monumental obra, Sabine aborda el fascismo (y nazismo). Comienza señalando la  distancia que mantiene respecto del comunismo. Para Sabine el  comunismo constituía  un cuerpo de pensamiento coherente y cuidadosamente desarrollado con personajes como Lenin y Trostky que, si bien eran unos fanáticos, eran hombres con sólidas convicciones fundamentadas en una dilatada tradición marxista. Añade que a pesar del alto costo humano bajo el totalitarismo stalinista, el comunismo se propuso la construcción y transformación de Rusia, por ejemplo, por medio de los planes quinquenales que llevaron a la industrialización forzada de este país. En cambio, el fascismo era destrucción pura. El partido de Mussolini fue un fruto degenerado producto de la desmoralización causada por la Primera Guerra Mundial (1914-1918). 

En cuanto a su filosofía, la considera como un mosaico de viejos prejuicios reunidos sin coherencia alguna y que daban la espalda a la verdad y los hechos, apelando a miedos y odios comunes. Por otro lado Sabine resalta el hecho de que el fascismo constituyó un movimiento popular que logró despertar una fanática lealtad entre miles de italianos. En cuanto a su relación con el nazismo, el autor resalta elementos en común como el que ambos  se declaraban como socialistas y nacionalistas.  Esto puede llamar la atención de muchas personas que suelen reducir ambas ideologías a la derecha política pero, como ya explique en mi artículo sobre el nazismo, tal no es el caso. En Alemania no era novedad la idea de un “socialismo prusiano” o “nacionalista”. 

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Oswald Spengler  (1880-1936)  llegó a señalar que el primer socialista no había sido Karl Marx (1818-1883) sino que el rey Federico Guillermo de Prusia. Así, en el caso alemán, existía un movimiento socialista que rechazaba su vertiente marxista. Como explica el historiador Arthur Herman, cierto sector de la derecha alemana no se oponía al marxismo porque diera poder a la clase obrera para aplastar al empresariado. Rechazaban al marxismo por considerarlo como un resabio de una civilización moribunda que utilizaba categorías (lucha de clases, proletariado, burgués) que pertenecían a otra época. Para esta “derecha revolucionaria” una nueva sociedad requería también de un nuevo aparato conceptual en materia política. Así este socialismo nacionalista (prusiano) ya existía antes de que Hitler imprimiera su propio sello al movimiento. En palabras de Herman:

“La tradición prusiana de disciplina y autosacrificio podía construir una comunidad moderna y unificada de hombres iguales, unidos por la obediencia, el servicio y el instinto. El auténtico socialismo destruiría el capitalismo y el marxismo, pues ambos era ideologías del pasado”.

Volviendo a Sabine, el autor comenta que la idea de un partido que fuese, a su vez, nacionalista y socialista era bastante simple y buscaba lograr la unificación social en pos de un objetivo y erradicar la fragmentación interna que promovía el marxismo con la lucha de clases. El  nacionalismo, apunta el mismo autor, constituía el único sentimiento con atractivo universal y, por otro lado, cualquier partido que se declarase popular y radical tenía que ser socialista. Sabine señala que el socialismo nacionalista se acercó mucho al sueño político de poder prometer todo a todo el mundo. En palabras del autor:

“La estrategia determinó la filosofía: tenía que ser una forma exaltada de idealismo en contraste con el materialismo marxista; tenía que calificar al liberalismo de plutocrático, egoísta y antipatriótico; contra la libertad, la igualdad y la felicidad debía afirmar el servicio, la devoción y la disciplina; tenía que identificar el internacionalismo con la cobardía y la falta de honor; y tenía que condenar, naturalmente, a la democracia parlamentaria por inútil, débil y decadente”

Oswald Spengler y Arthur Moeller van den Bruck

Oswald Spengler y Arthur Moeller van den Bruck

Sabine también destaca esta familiaridad, en Alemania, con la idea del socialismo prusiano gracias a las ideas de Oswald Spengler y  Arthur Moeller van den Bruck (1876-1925). Como ya señalé, para Spengler el prusianismo dotaba al socialismo de particularidades que lo hacían tomar una distancia sideral del socialismo marxista De acuerdo a Spengler, el monarca no era más que el primer servidor del Estado y que cada uno le era asignado su puesto y obedecía. Esto es lo que constituía, desde el siglo XVIII, el socialismo autoritario,  esencialmente antiliberal y antidemocrático, “siempre en lo que atañe al liberalismo inglés y a la democracia francesa”. Spengler llegó a afirmar que si Karl Si Marx hubiese comprendido la razón del trabajo prusiano, entendido como un servicio que se presta a la colectividad y como una obligación que ennoblece, posiblemente no habría redactado su manifiesto.  En el caso italiano, Sabine señala que Mussolini incluyó el principio del trabajo por el bien nacional  en la Ley Laboral Italiana, promulgada en 1927. Ahí se manifestaba la idea de que los fines de la nación italiana eran superiores a la de los individuos que la componían. Para Sabine, esta idea de anular todas las contradicciones dentro de la sociedad conduciría, a la larga, a un solo destino: la guerra. En palabras del autor:

“Este intento de unificar a toda la población de la nación, suprimiendo toda rivalidad entre grupos e intereses y de movilizar todos los recursos del país tras su gobierno, conduciría dadas las circunstancias en una sola dirección. La única condición que suprime los intereses sociales y económicos de una nación moderna es la preparación para la guerra. En consecuencia, el fascismo y el nacionalsocialismo fueron esencialmente gobiernos bélicos y economías bélicas establecidos, no como medidas para resolverlver una emergencia nacional, sino como sistemas políticos permanentes”. 

A continuación, Sabine pasa a revisar  otros componentes del fascismo (y nazismo) a saber: el irracionalismo, la filosofía como mito,  la relación con la filosofía hegeliana y el papel del pueblo, la élite y el líder. La expansión nacional mediante la guerra, apunta Sabine, necesarimente tenía que ser una filosofía aventurera que atribuía una valor místico (y no racional) a la nación. El componente irracionalista del fascismo se materializaba en decalraciones que exaltaban la vida por sobre la razón, la voluntad heroica por sobre la inteligencia y la exaltación del sacrificio, el deber y la obediencia por sobre la felicidad. Enarbolaban la intuición del “genio” creador y el voluntarismo omnipotente por sobre de la reflexión racional. 

El “Pueblo de Italia”, periódico fundado por Mussolini en 1914

El “Pueblo de Italia”, periódico fundado por Mussolini en 1914

El fascismo encumbró a las alturas del valhalla tanto la figura individual del “Héroe” así como conceptos abstractos y etéreos como el “Pueblo”.  En el caso alemán el “Pueblo” (Volk), herencia del Romanticismo, era pensado como un colectivo místico-espiritual  que portaba en su seno el arte, la literatura, el derecho y la moral. Así, el nacionalismo se elevaba por sobre el cosmopolitismo de la revolución francesa y el internacionalismo comunista, para defender el espíritu del pueblo de la contaminación del “antipueblo”. No obstante lo anterior, y como apunta Sabine, tanto Hitler como Mussolini, a la vez que sacralizaban el pueblo, también mostraban un desprecio por la masa. En el caso de Hitler, la masa no era capaz ni de heroísmo ni de inteleligencia y destacaba por su mediocridad. En sus últimos días bajo su búnker en Berlín, Hitler no dudó en sacrificar a su propio pueblo y culparlo de la desgracia que vivía Alemania.  A Ahora bien, a la vez que el fascismo exaltaba este colectivismo romántico, también alababa la figura individual del “Héroe”. Al respecto señala Sabine:

“En esta forma de individualismo, la reverencia por el Volk colectivamente se combinaba en forma curiosa  con un desprecio por las masas individualmente. El individualismo del héroe es lo opuesto del igualitarismo democrático. Desprecia las virtudes utilitarias y humanitarias de la vida burgesa ordenada; tiene un desprecio pesimista por la comodidad y la felicidad; vive peligrosamente y, en definitiva, acaba inevitablemente en el desastre. Es el aristócrata por naturaleza, impulsado a la creación por las fuerzas demoniacas de su propia alma y después que la inercia de los espíritus ordinarios lo ha destruido, el pueblo lo adora”.

El punto es que el fascismo, carente de profundidad filosófica, intento elevarse por medio de la apropiación de estas corrientes de pensamiento irracionales que rechazaba el racionalismo, la democracia y la sociedad industrial. Sabine destaca dos filósofos que nutrieron esta corriente irracionalista: Arthur Schopenhauer (1788-1860) y Friedrich Nietzsche (1844 - 1900).  De Schopenhauer se toma su idea de Voluntad (que también influiría en la teoría del inconsciente de Freud)

Como ya he explicado en un escrito,  esta “Voluntad” no debe ser identificada con la voluntades individuales, ya que esta abarca un espectro más amplio, como las fuerzas que animan a la naturaleza, las voliciones humanas, apetitos animales, de manera que esta Voluntad abarca todo el cosmos y carece de un propósito. Esta Voluntad originaria, una constituye, como explica Roberto Aramayo, una “volición pulsional ciega e inconsciente propia del deseo y nuestra voluntad, que es el deseo deliberativo que tiene consciencia de intentar cumplir con un designio”. Así en la civilización subyace esta indomable e independiente “Voluntad” que no obedece a la lógica racional de los seres humanos. Como explica Sabine, dentro de este torbellino de fuerza irracional, el ser humano ha sido capaz de construir un pequeña isla de orden aparente que nos proporciona estabilidad, racionalidad y sentido. Influenciado por las filosofías buddhistas y el hinduismo, Schopenhauer también rechaza la estabilidad y solidez de lo que nosotros denominacomo como “Yo”. En palabras de Schopenhauer:

“...estamos acostumbrados a considerar  como nuestro auténtico yo al sujeto del conocer, al yo cognoscitivo, que se cansa al atardecer y desaparece mientras dormimos, para brillar con renovadas fuerzas por la mañana... Nuestro verdadero yo, el núcleo de nuestro ser, es lo que se halla tras ello y no conoce propiamente nada salvo el querer y el no querer, el estar satisfecho o insatisfecho... 

Schopenhauer y Nietzsche

Schopenhauer y Nietzsche

El ser humano es movido por fuerzas ciegas que se le escapan completamente a su conocimiento. La  voluntad es esperar, temer, amar, odiar, es decir, es la vida interior del ser humano, sus motivaciones, acciones, decisiones que no responden a razones conscientes como se creía desde Descartes. Ese espacio lúgubre y críptico, se transformaría años despúes, en el objeto de estudio psicoanálisis,  que se ocupará en descifrar esta nueva área que Schopenhauer abre y la aborda desde el punto de vista filosófico. 

El punto de partida de esta filosofía no es la razón sino que la voluntad. En virtud de lo anterior, el ser humano debe comprender la naturaleza a part r de sí mismo, a través de la percepción interna que tiene de su propia voluntad. En palabras de Sabine: 

“La esperanza de la humanidad está no en el progreso sino en la extinción, en la comprensión de que el esfuerzo y los logros no son más que ilusiones. Imaginaba que esta liberación podía alcanzarse a través del ascetismo religioso o la contemplación de la belleza, que es consciencia sin deseo. La moral de la vida cotidiana era derivada de la piedad de Schopenhauer: el sentido de que el sufrimiento es inevitable y que todos los hombres son esencialmente iguales en su infortunio”.

En relación con Nietzsche,  Sabine destaca el hecho de que el pensador alemán, a diferencia de Schopenhauer, rechaza la piedad y la renuncia, sustituyéndolas por la afirmación de la vida y la voluntad de poder como fuerzas internas constitutivas del ser humano. Nietzsche exalta la aristocracia por sobre la democracia, la moral de los amos por sobre de la de los esclavos, la vida heroica en lugar de la decadencia y el reconocimiento de la superioridad innata en lugar de la igualdad.

En lo que respecta a la “filosofía como mito”,Sabine destaca al sindicalista francés Georges Sorel  y sus “Reflexiones sobre la violencia” (1908). Sorel era un crítico de la “idea de progreso” de la Ilustración así como también de la democracia. Sorel también era un crítico de otro metarelato que hizo suyo el discurso del progreso: el marxismo (aunque Sorel abrazó la idea de la lucha de clases). Sabine explica que, para Sorel, el capitalismo sería una suerte de pulsación inconsciente o fuerza ciega que subyacía a nuestra vida social . Fue el sindicalista francés quien se percató de la importancia de elaborar una filosofía social en clave mítica, que proporcionar sentido a la acción colectiva. En palabras de Sabine:

“Concebida como un mito, la filosofía es una visión de la vida pero no un plan y mucho menos una teoría que depende de la razón. Es, más bien, una liberación de los profundos instintos de un pueblo, inherentes a la fuerza vital misma, a su sangre o espíritu”.

El mismo Mussolini declaraba haber creado un mito, esto es, una fe y una pasión. Tal mito era el de la grandeza de la nación. Terminemos con la  relación entre el fascismo y la filosofía de G. W. F Hegel (1770-1831).  Para Sabine, señalar que Mussolini era un hegeliano constituiría un error y sería más correcto comprender que el fascismo utilizó el aparataje conceptual de la filosofía hegeliana como ropajes para justificar su propia doctrina. Así, para el autor, el despliegue de lenguaje hegeliano por parte de Mussolini no era más que una pose. Los dardos de Sabine apuntan al intelectual italiano  Giovanni Gentile (1875 - 1944) quien, respondiendo a la necesidad de Mussolini de dotar de una filosofía a su movimiento, facilitó al fascismo un aparataje filosófico anclado en la filosofía de Hegel. De esta manera, se logró forjar una  teoría del Estado fascista  que rememoraba la idea del Estado ético de Hegel. De ahí Mussolini proclamaba en sus discursos que el Estado constituía  la expresión de una voluntad ética única que creaba el derecho a la independencia social. 

En suma, para Sabine, esta asimilación entre fascsismo y hegelianismo constituye un error. Una razón de esto era que los autores angloamericanos tendían a identificar cualquier teoría política que rechazara el individualismo y el liberalismo con la teoría del Estado de Hegel. Sumado a esto, el hegeliansimo era incompatible con toda filosofía irracionalista y que pretendiera autodefinirse como un mito. Así, Sabine afirma que el “hegelianismo fascista” era una caricatura y mercenario, y que nunca engañó a los genuinos hegelianos italianos como Benedetto Croce (opositor al fascsimo). A esto añade Sabine:

“El hegelianismo pretendía ser una lógica de la historia y la dialéctica debía mostrar que todo proceso histórico es estrictamente racional y necesario (…) En este aspecto, el heredero moderno del hegelianismo es el materialismo dialéctico de Marx”. 

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El fascismo tenía una clara vocación totalitaria que buscó eliminar todas las diferencias y contradicciones de clases con el único propósito de engrandecer las ambiciones imperialistas fundamentadas, a su vez, en el nacionalismo extremo. Esta vocación totalitaria significó también la destrucción de la sociedad civil entendida como aquel espacio público en donde individuos y organizaciones se desenvuelve y pueden expresar, dialogar y confrontar sus ideas. El totalitarismo no tolera la heterogeneidad y el pluralismo, y no concibe que pueda existir espacio alguno que escape al ojo del Estado. Dentro de este panpoliticismo en donde la vida social es politizada bajo el estricto control de una ideología, nada podía quedar fuera del Estado y nada podía estar en contra del Estado. 

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