Reseña: Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, de Georges Duby (por Jan Doxrud)

                  ¿Acaso tenemos algo en común con la sociedad medieval del año mil?

Para qué escribir historia si no se lo hace para ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades que encuentran día a día? El historiador, por lo tanto, tiene el deber de no encerrarse en el pasado y de reflexionar asiduamente sobre los problemas de su tiempo…La Historia, tal cual se la escribe hoy, se esfuerza por descubrir, por penetrar lo que esos hombres y esas mujeres creían, sus sentimientos, el modo como se representaban el mundo, el espíritu de una sociedad para la cual lo invisible estaba tan presente, merecía tanto interés, poseía tanta potencia como lo visible Y sobre todo por ello se aparta de la nuestra. Discernir las diferencias, pero también las concordancias entre lo que les infundía miedo y lo que nosotros tememos nos puede permitir encarar con mayor lucidez los peligros de hoy”.

Con estas palabras del prefacio comienza el prestigioso medievalista francés Georges Duby (1919-1996) su obra, donde lleva a cabo un análisis de la sociedad medieval del año mil abordando una serie de importantes temas que aún persisten en nuestras sociedades en la actualidad. Esta obra nos acercará a aquellas personas que, si bien eran diferentes a nosotros, por otro lado también eran similares a nosotros en otros aspectos. En el primer capítulo Duby aborda el tema de la miseria durante la Edad Media: ¿acaso no es este un tema aún vigente en nuestras sociedades? A pesar de los innumerables avances en medicina, tecnologías y, a pesar de los avances materiales en general que nos permiten tener una vida que ningún rey medieval pudo siquiera imaginar, ¿no es aún el tema de la miseria uno que aún persiste?

Tales miedos aún continúan pero eran enfrentados de diferentes maneras. La sociedad medieval era pobre, de acuerdo a Duby, las personas vivían en aquella época en condiciones que nosotros denominaríamos como de extrema pobreza. La vida era extremadamente dura pero la sociedad medieval, a diferencia de las sociedades modernas actuales, eran gregarias y de solidaridad. En palabras del historiador: “El hombre estaba inserto en grupos, el gruido familiar, el de la aldea; el señorío, que era un organismo de exacción, también lo era de seguridad social”. Continúa explicando Duby aquella forma particular de vida de aquellos europeos durante el medioevo: “…estaban siempre cerca: dormían varios en un mismo lecho; al interior de las casas no habían paredes verdaderas, sólo colgaduras. Nunca salían solos: se desconfiaba de quien lo hacía: eran locos o criminales. Resultaba duro vivir así, pero también concedía seguridad”.

Continúa explicando el autor la vida en las ciudades, el papel jugado por los hermanos mendicantes, los suburbios y la marginalidad. La exclusión hacia el siglo XIV era un fenómeno presente en la sociedad medieval, esto es, el miedo y el desprecio del pobre. Al respecto escribe Duby: “La Guerra de los Cien Años hizo que la gente de los campos devastados, atormentadas por los militares, afluyera a las ciudades. Los ricos tuvieron miedo de los pobres. Eran demasiado numerosos, inquietantes. Se sobrepasó el umbral de tolerancia de la miseria. En ese momento se produce el fenómeno del rechazo”. Fenómenos como las guerras, poblaciones de civiles desplazadas y sumidos en la miseria, y la relegación de los pobres a la periferia, lejos de los barrios acomodados, no son más que una consecuencia de un fenómeno social que se viene gestando desde hace cientos de años. Otro tema que aborda Duby es el “miedo al otro”. Nuevamente la historia se repite.

Los judíos fueron los excluidos socialmente por pertenecer a otra religión por lo que se dedicaron a aquellas actividades comerciales prohibidas en un principio a los cristianos. Los judíos fueron utilizados como chivos expiatorios, por ejemplo, durante la Peste Negra. Se les culpaba de envenenar pozos, de haber asesinado a Jesús y de dedicarse a actividades pecaminosas como el préstamo con interés. Pero el miedo al otro se manifestaba en aquel miedo al invasor, a aquellos considerados como “salvajes”, por ejemplo, los vikingos, normandos y sarracenos. En nuestros tiempos tenemos a los nuevos bárbaros en las organizaciones islamistas como ISIS, Boko Haram o Al Shabaab. Al respecto escribe Duby: “Los cronistas, cuando hablan de los hombres del norte, se refieren al estremecimiento que producían en toda la población. Pero no hay duda de que se ha oscurecido la imagen de los normandos. Devastaban los monasterios donde habían riquezas. Los monjes entregan entonces una imagen aterradora de los vikingos…Los normandos, los húngaros y los sarracenos semejan plagas. Se daba el nombre de sarracenos a todos los musulmanes”.

Los locos corrieron una suerte diferente ya que no eran encerrados, y debían ser respetados y no apartados. En cuanto a los ancianos, escribe Duby: “…no los encerraban en morideros, como hoy. La gente terminaba su vida al interior del grupo, dentro de la familia. No los relegaban, como en nuestra sociedad, para que perecieran lejos de la mirada de los demás”. Las epidemias constituyeron otro gran motivo de miedo y con profundas consecuencias a nivel de mentalidades En la década de los ochenta el Sida fue asociado automáticamente a la figura del homosexual, de manera que este último fue discriminado, temido y juzgado. El Sida también reflejaba la consecuencias de llevar una vida sin límites y no sometida a límites morales. En  la Europa medieval también hubo grandes epidemias, siendo la más conocida la Peste Negra (1348), traída por los comerciantes desde Oriente y la cual se fue expandiendo desde Europa meridional.

Pieter Brueghel, "El triunfo de la muerte" (siglo XVI)

Las muertes llegaron a millones, pero más importante fueron las interpretaciones en torno a las causas de ese desastre, así como las repercusiones que esta plaga tuvo en la concepción que el hombre tenía de la muerte. La peste aniquiló a un tercio de la población por lo que Europa se vio por un lado aliviada de la carga poblacional, de manera que el nivel de vida aumentó, pero el trauma psicológico sería algo que perduraría en el tiempo y que se vería reflejado en las obras de arte. En un comienzo la peste fue simplemente un castigo de Dios. Al respecto escribe Duby: “…tal como en el caso del Sida, todas las epidemias y la peste negra en particular se consideraron como castigo del pecado. En plena desesperación, se buscaban responsables y víctimas”. La lepra fue otra enfermedad temida, aunque tal nombre se utilizaba para describir cualquier afección cutánea.

El aspecto del leproso era un reflejo de su alma y, como explica Duby: “Consideraban que el leproso, por su mero aspecto corporal, era un pecador. Desagradaba a Dios y su pecado le surgía en su piel…al leproso le devoraba su apetito sexual. Era imperativo aislar a estos chivos expiatorios. Así que la lepra, mal que no se sabía curar, parecía signo distintivo, como hoy puede serlo el Sida, de desviación sexual”. Para finalizar, Duby aborda el tema del miedo al más, allá  y el miedo, por lo tanto, a la muerte. Este es un tema presente en todas las sociedades pero que ha sido afrontada de diversas formas. A diferencia de la Europa actual, la Europa Medieval era profundamente cristiana, y sus habitantes  creían que la muerte sólo les habría la puerta hacia otro mundo supraterrenal.

Duby se pregunta si aquellas personas temían de igual forma a la muerte que al ser humano actual. En palabras del medievalista: “La muerte es un pasaje, y ese paso se opera ceremonialmente. Y en esto creo que existe una diferencia profunda con nuestra cultura. La muerte nos resulta algo molesto: hay que desembarazarse de inmediato del cadáver…En la Edad Media, por el contrario, toda la familia, la servidumbre, los parientes, los vasallos, todo el mundo se reúne en torno al que va a morir”. Hacia el siglo XV, y producto de los estragos de la peste negra, surgen unos textos en latín bajo el título de “ars moriendi” o “el arte morir”. El fin del mundo también era otro tema presente en aquellas personas.

En resumen, este libro no es sólo de interés para los amantes del medioevo, sino para toda aquella persona interesada en cómo han evolucionado las mentalidades, sistemas de creencias y las costumbres humanas a lo largo de cientos de años. Sin duda alguna este libro de Duby permitirá entender al lector de mejor manera la sociedad actual a través del estudio de la vida durante la Europa del año mil.