La tentación autoritaria: Mihaíl Manoilescu (por Jan Doxrud)


La tentación autoritaria: Mihaíl Manoilescu (por Jan Doxrud)

 A) Consideraciones previas:

Hace un par de años vine a dar con un libro publicado en 1938 por una persona que, hasta ese entonces, me era desconocida, me refiero al economista e ingeniero rumano Mihail Manoilescu (1891-1950). Tal libro pertenecía a mi bisabuelo materno, Hernán García-Huidobro (1881-1974),  el cual llegó a mis manos a través de mi abuelo, del mismo nombre (1913-2007), que había guardado varios libro de su padre. El sólo titulo del libro captó inmediatamente mi atención: “El Partido Único”.

Maniolescu se desempeñó como Ministro de Asuntos exteriores de Rumania y fue académico en la Escuela Politécnica de ese país, así como director del Banco Nacional de Rumania. Sus escritos de economía política, altamente nacionalistas y proteccionista, donde enfatizaba la importancia de la industrialización como motor del desarrollo, influenció significativamente al “Estado Novo” en Brasil, así como al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), defendido por el economista argentino Raúl Prebisch, y por los economistas de la Cepal.

El final de Maniolescu fue trágico: fue encarcelado arbitrariamente en 1948 por el régimen comunista y murió a finales de 1950 producto de las malas condiciones de la prisión que causaron un deterioro en su salud.

Si bien el personaje no lo conocía, sus ideas no me eran ajenas, ya que reflejaban fielmente la cosmovisión política de aquella turbulenta década de 1930, en donde Stalin y el comunismo, Mussolini y el fascismo y Hitler y el nacional-socialismo, eran percibidos como modelos políticos legítimos, viables y deseables, que podían reemplazar a las democracias liberales como proyecto político. Maniolescu formaba parte de aquellos “antidemocráticos” pertenecientes a distintas vertientes, tal como lo explica el filósofo político italiano, Norberto Bobbio (1909-2004):

La reacción antidemocrática tuvo dos aspectos, el uno conservador (…), el otro decididamente destructivo. Mientras que los conservadores veían en la democracia no un mal en sí mismo sino una forma de gobierno inadecuada para un país todavía inmaduro, la puerta abierta al éxito de los demagogos y el advenimiento de una plebe hambrienta y analfabeta (…) los otros, los destructores, multicolor grupo de literatos decadentes, de críticos estetizantes, de nacionalistas furiosos, condenaban la democracia en cuanto tal (…) una degeneración de la política que siempre había sido y debía haber seguido siendo una actividad de aristocracias separadas del vulgo, inaccesibles a la corruptora volubilidad, al materialismo y al hedonismo del demos[1].

Lo que me propongo es rescatar esta breve obra de Manoilescu, puesto que arroja luces para entender una tendencia peligrosa que se da en las sociedades. Esta tendencia busca alcanzar una suerte de fusión de intereses particulares, así como una “comunión” radical entre los individuos que componen la sociedad, es decir, un holismo extremo. Para lograr lo anterior, las personas no dudan en valerse de distintos vehículos que pueden llevarlos o guiarlos hacia la meta deseada: el Estado, un partido político (o la fusión de ambos), una elite o un jefe carismático. El objetivo es sepultar la individualidad en el altar de la colectividad, es decir, un retorno a la “tribu”, a la mentalidad tribal. Quiero aclarar desde un comienzo que aquí no se pretende negar fenómenos sociales como propiedades emergentes de las relaciones entre individuos. En otras palabras, aquí no se aboga ni por un atomismo social (el todo no es más que la suma de las partes) ni por el holismo (el todo es superior a las partes). El primero es erróneo ya que, como señalé, ignora las propiedades emergentes fruto de la interacción de los individuos. El segundo es falso ya que cae en el error de que la totalidad determina a las partes y, por ende, resulta innecesario el estudio de las partes. Es en virtud de lo anterior que el enfoque correcto es el sistemismo, es decir, considerar la sociedad como un sistema que contiene componentes que interactúan en distintos niveles.

En suma, la crítica implícita en este escrito – a propósito del contenido del libro de Manoilescu – se dirige contra la idea de que el individuo real, de carne y hueso, pueda (y deba) ser utilizado como un medio, esto es, ser sacrificado o  eliminado en nombre de un ideal concreto, ideal que, por lo demás, ha sido concebido, diseñado e impuesto a la fuerza por una minoría.

Revolución Cultural de Mao (China)

Regresando a Maloinesco, su libro nos ayudaa entender el fenómeno del colectivismo, el sometimiento del individuo a un ideal abstracto, la idea de una elite como vanguardia que guía a las masas hacia un ideal específico y el mesianismo político encarnado en un líder que apela y explota las emociones de las multitudes. La verdad es que las sociedades, bajo ciertas circunstancias económicas y sociales, suelen renunciar a su individualidad y a su libertad en busca de mayor seguridad, unidad o igualdad.  Hemos sido testigos, a lo largo de la historia, que ciertas sociedades han optado por entregarse a una causa común que propone un ideal que consideran sublime y que se encuentra por encima de cualquier interés individual. El ideal resulta ser tan elevado y noble, que no se admite la existencia de otro ideal rival y menos aún que un individuo lo cuestione. Algunas personas se preguntan cómo pudo suceder que Alemania – un país industrializado y culturalmente avanzado, con escritores, poetas, historiadores y científicos de primer orden – sucumbiera ante un personaje tan mediocre, pero carismático, como Hitler. Además de ciertas condiciones sociales objetivas como la humillación del Tratado de Versalles, desastre económico, desprestigio de la República de Weimar y el miedo a la amenaza comunista, Hitler también ofreció a los alemanes una visión de mundo para el futuro, un ideal: el crear una nueva y fortalecida Alemania, donde reinara la justicia, la igualdad y la solidaridad (por supuesto, entre alemanes).

El ser humano está en una constante lucha y se encuentra oscilando entre el “espíritu dionisíaco” y el “espíritu apolíneo” (para utilizar la terminología nietzscheana) y, por qué no, entre Eros y Tánatos. Pareciera ser que las personas precisan de rituales despersonalizadores que le den la sensación de pertenecer a algo que trasciende su propia individualidad (incluso los místicos buscan trascender el Ego y lograr la comunión con el universo) y es justamente el “líder carismático” el que canaliza los deseos de las masas. El sociólogo alemán, Max Weber (1864-1920), explicaba que el carisma consistía en una cualidad extraordinaria de una persona, cualidad que podía ser real, presunta o atribuida. Esta autoridad carismática, explicaba el mismo autor, ejercía un fuerte dominio sobre las personas y estas últimas se sometían a éste en virtud de la creencia en las cualidades extraordinarias que tenía el líder carismático. Tenemos, pues, que el carisma dota a las personas – Lenin, Hitler, Chávez o Mussolini – de un aura de poder, y este poder se caracteriza por ser emocionalmente intenso, rupturista, que se opone a las rutinas institucionales, a la tradición y muestra un desprecio hacia las actividades mercantiles (ajeno a la economía como señala Weber). Lo que prevalece en la mentalidad del líder carismático se puede resumir apelando al célebre film propagandístico nazi de Lenni Riefenstahl (1902-2003): “El triunfo de la voluntad”.

En nuestros días hemos visto nuevas encarnaciones de esa clase de personajes. Hugo Chávez es un personaje que guarda semejanzas significativas con la manera de hacer política en la Alemania nacional-socialista y en la Italia fascista. Lo mismo se puede decir de Cristina Fernández de Kirchner, que es una continuadora de ese difuso movimiento que recibe el nombre de peronismo y que fue fuertemente influido – me refiero a Juan Domingo Perón (1895-1974) –  por el fascismo italiano y la figura de Mussolini. Por su puesto (para los que ya se hayan escandalizado) que no pretendo comparar a Chávez con el Hitler genocida que es el que todos conocemos, sino que con aquel Hitler que gozaba de gran popularidad entre los alemanes, aquel que redujo el desempleo y la inflación, reactivó la economía y que prometía devolver la dignidad a Alemania. Me refiero al Hitler que electrizaba a las masas con sus discursos populistas, que ensalzaba la cultura alemana, quien rechazaba el individualismo y el capitalismo materialista cuya principal encarnación era Estados Unidos. Me refiero al Hitler cuyo país fue sede, ni más ni menos, que de las Olimpiadas en 1936. Por lo tanto, no pretendo criticar a Chávez apelando al reductio ad Hitlerum (a Hitler le gustaba hacer “A”, por lo tanto hacer “A” es malo)

Hitler y Mussolini dejaron como herencia una manera de hacer política que ciertos personajes, de todas las tendencias políticas, han adoptado de manera parcial o completa. En estos casos se repiten ciertas características: la idea de un líder con tintes mesiánico que viene a refundar y a redimir a su pueblo, la fusión Estado, Partido, Patria y Pueblo en la figura del líder, de manera que el destino de la nación se encuentra atada al destino del líder. Se me podrá objetar que traer a Chávez a la palestra no corresponde ya que fue un líder que fue democráticamente electo (aunque Hitler también llegó a través de conductos regulares) y, por lo demás, en Venezuela no existía un “Partido único”, como del que habla Manoilescu en su libro. Responder a esto daría para un libro (como los que ya existen sobre el tema), pero puedo decir, siguiendo a Andreas Schedler, que las elecciones son perfectamente posibles bajo regímenes autoritarios. Schedler denomina como “autocracias electorales” a aquellas que instalan el conjunto completo de instituciones formalmente representativas, propias de la democracia liberal, pero somete a estas instituciones a una manipulación sistemática[2]. Las elecciones ciertamente una condición necesaria de toda democracia, pero en nuestros días ya no es una condición suficiente.

Mussolini dirigiéndose a las masas

Mussolini dirigiéndose a las masas

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Venezuela

Tenemos también el caso de Donald Trump, un empresario que emergió en la política estadounidense como candidato a la presidencia con un discurso nacionalista, maniqueo (ellos contra nosotros), racista y con la promesa de recuperar una suerte de época dorada que Estados Unidos perdió en algún momento de su historia (Make America great again). A pesar de su discurso xenófobo y violento, Trump cuenta con un número importante de seguidores que apoyan sus ideas. No sería de extrañar que la democracia estadounidense convierta a Trump en el nuevo presidente de Estados Unidos.

B) El “Partido Único” de Mihail Manoilescu

En lo que sigue, examinaremos las principales ideas de Manoilescu expuestas en su libro “El Partido Único” (PU). Antes de entrar a definir el concepto de PU, debemos entender, en primer lugar, contra que se rebela este nuevo fenómeno del siglo XX. La crítica de Manoilescu apunta a la ideología liberal en su conjunto: la democracia liberal, el Estado liberal, la economía liberal y la sociedad liberal. En palabras del autor:

Se ha afirmado y se ha aprobado suficientemente, que el régimen jurídico del Estado democrático, con su sufragio universal y su parlamentarismo, estaba falseado en su mismo origen por las realidades sociales, más fuertes que las fórmulas legales. Se ha insistido ya bastante sobre el contrasteentre la igualdad jurídica, vana y aparente, de los ciudadanos y la desigualdad social, profunda y dolorosa, creada por las diferencias de fortuna[3].

Manoilescu critica la falta de relevancia que han tenido los partidos en el liberalismo y la inexistencia estos en los textos legales liberales. Las constituciones liberales no reconocían más que la existencia de los individuos considerados de manera independiente y aislados. La “escolástica del siglo XIX”, de acuerdo Manoilescu, era la doctrina individualista del Estado. Añade el mismo autor:

Por su misma construcción, el Estado liberal era el Estado de la voluntad nacional, de esa voluntad cambiante, pasajera y caprichosa que expresaba el sufragio universal en sus consultas periódicas. La base de su existencia era el individuo, al que se le suponía libre, autónomo, asocial o – a veces – antisocial (…)”[4].

Cabe aclarar que Manoilescu no quiere dar a entender que en realidad no existían partidos políticos, sino que, más bien, critica la función que estos cumplían en una sociedad donde predominaba el paradigma del atomismo social. Los partidos políticos venían a ser un reflejo de esa sociedad atomizada o fragmentada en diversos individuos aislados. El “polipartidismo” del liberalismo se oponía al ideal del “Partido único” que defendía Manoilescu (y que veremos más adelante). El rumano denunciaba que existían partidos militantes para toda la gama de las ideas políticas, desde el conservadurismo católico hasta el comunismo. Así, no existía un ideal común que uniera a los miembros de la nación, sino que sólo existían intereses mezquinos que se contraponían unos a otros. La políticay los partidos estaban al servicio de los intereses individuales y no al interés común o a la colectividad. En palabras del autor:

El régimen de los partidos no sólo era un régimen de discontinuidad, de irresponsabilidad y de desorden, sino que era, ante todo, un régimen hecho para dividir a la nación. Todo lo que en el seno de la nación había de particular y de egoísta, todo lo que podía separar a los hombres de una misma patria, suministraba normalmente la base para formar un partido. Las divisiones de clase, de intereses y de confesión, así como las divisiones regionales y étnicas, ofrecían otras tantas oportunidades para el nacimiento de los partidos. Pero, sobre todo, las que producían las mayores disensiones nacionales eran las diferencias ideológicas, frecuentemente artificiales y sostenidas por los mismos políticos, para su exclusivo provecho[5].

Es por ello que Manoilescu define el liberalismo como el régimen político de los países en que la subsistencia no es un problema del Estado. En el liberalismo predomina un Estado individualista, sin ética e ideales y, por el contrario, Manoilescu defiende un “Estado ético”, un“Estado de ideales” o “Estado militante”.

Una vez sabido a qué se opone Manoilescu, pasemos a examinar con detalle la propuesta de este autor. El rumano realiza un diagnóstico de su época señalando que esta se había enriquecido con nuevas instituciones producto del “empuje biológico” de las necesidades y la “impulsión de algunos grandes intérpretes del instinto de los pueblos”, quedando al margen el “influjo racional de los sistemas de ideas”. Manoilescu destaca principalmente la creación de dos instituciones políticas y sociales: el Corporativimo (principalmente fascista) y el “Partido Único.

Continuemos explicando qué entiende Manoilescu por “Partido Único”. Al ser una creación novedosa, el autor señala que hasta ese entonces había sido un tema poco estudiado, es decir, sólo se habían realizado estudios particulares, como por ejemplo, del partido comunista en la URSS, el partido fascista en Italia y el partido nacional-socialista en Alemania, pero no una presentación de conjunto de todos los partidos únicos. En suma, de acuerdo al rumano, no se había llevado a cabo una verdadera “teoría del Partido Único” de la época, que incluyera su variante nazi (Hitler), comunista (Stalin), fascista (Mussolini) y kemalista (Kemal Atatürk) o el “Estado Nuevo” en Portugal. Ante un fenómeno común, pero que se da en los más diversos contextos, Manoilescu se propone buscar sus causas y explicaciones generales de este fenómeno que lo considera fruto de una “generación espontánea” y que marca la transición desde el pluralismo político al monismo político, del régimen de la libertad al régimen de la autoridad y del principio de libertad al principio de organización. Este principio de organización, añade Manoilescu, es el eje en torno al cual se constituye una sociedad nueva, capaz de asegurar la justicia social.

Kemal Atatürk (considerado el padre de la Turquía moderna y occidentalizada)

Ahora bien, el fenómeno del “Partido Único” no tiene un carácter meramente negativo, esto es, no se reduce a una simple reacción contra el liberalismo. Una primera característica que abordaremos es la concepción de Estado, común a todos los PU, ya sea fascista, comunista, kemalista o portugués. Tenemos que este Estado, dentro de esta institución denominada como PU, “asume la misión de representar un ideal político y social y de dirigir la nación, de un modo activo y consciente, hacia su realización[6]. A Manoilescu no le interesa tanto el contenido de tal idea, sino que el hecho de que ese ideal efectivamente existe y al hecho de que siempre genere las mismas consecuencias en cuanto a la organización del Estado y a su “morfología”. Como ya adelanté más arriba, este Estado recibe diversos nombres. El primero es el “Estado de ideales”, en donde el ideal constituye un criterio pedagógico y da al pueblo consistencia moral. El segundo, siguiendo a Mussolini, es el “Estado ético”, aquel que posee voluntad y que dirige el desarrollo material y espiritual de las colectividades.

Manoilescu cita también el Estado nacional-socialista de Hitler, que consiste en un Estado que “representa una concepción propia de la vida (Weltanschauungstaat). El tercer nombre que recibe este Estado está conectado con lo anterior y es el “Estado militante”, aquel Estado que “hace” (Machtstaat) y que posee una personalidad propia, a diferencia del Estado liberal que sólo “dejaba hacer”, no tenía personalidad sino que era neutro (Rechtsaat). En suma, tenemos un Estado que no se limita a concebir un ideal,  sino que también lo realiza, lo lleva a la práctica por medio de una disciplina interior en función del fin común, lo que hace de este Estado uno de carácter “misional”. Tal Estado posee otros rasgos a saber: ser Unitario y Totalitario. Lo que prevalece es lo que Manoilescu denomina como “espíritu colectivizante”, espíritu que no se limita a colectivizar los bienes materiales, como fue el proyecto comunista en la URSS, sino que también la colectivización de los bienes espirituales:

La colectivización de los bienes espirituales es un nuevo proceso moral y orgánico a la vez, por el cual todas las fuerzas creadoras y de invención de la clase intelectual se ponen exclusivamente a disposición de la sociedad nacional, sin que la clase citada se reserve para ella el menor privilegio[7].

Abordemos ahora la relación existente entre lo que hemos venido denominando como “Partido Único” (PU) y el Estado. El partido, afirma Manoilescu, si es que quiere convertirse en una realidad tangible y cotidiana de la vida nacional, debe estar encuadrado jurídicamente en el Estado, lo que implica que se debe transitar a una fase (tras la revolución) de regularización de las nuevas relaciones jurídicas. Para ello, el partido debereservarse el derecho exclusivo, o lo que es lo mismo, el monopolio de la actividad política. A diferencia del sistema liberal, que sólo consideraba a dos actores, el Estado y la nación, en la nueva institucionalidad entra en juego un tercer actor: el PU. Además, dentro de esta nueva realidad política, el Estado no es el “ogro” o “Leviatán” al cual había que imponerle límites a su actuar, todo lo contrario, el Estado debe encarnar el espíritu de la nación e integrar el alma del pueblo, de manera que las “libertades ilusorias” se sacrifican para dar prioridad a las satisfacciones supremas del triunfo nacional. Es precisamente el PU el que viene adarle al Estado  un sentido, un ideal, una personalidad moral, en suma, en un organismo vivo. En cuanto a la relación entre PU y Estado, Maloinescu señala que el segundo debe resguardarse de no confundirse con el Estado para evitar de esa manera que este se disuelva en sus organizaciones burocráticas. Existen tres posiciones que puede adoptar el PU en lo que respecta a la relación con el Estado:

1)    El PU está por encima del Estado y manda en él, que era el caso de la URSS.

2)    El PU se encuentra sometido al Estado y encajado en la estructura de éste como una institución subordinada. Este sería el caso del fascismo en Italia.

3)    El PU se encuentra al lado del Estado y se encuentra respecto a éste en una relación de interpenetración recíproca, siendo este el caso de la Alemania nacional-socialista de Hitler.

Frente a esto, Manoilescu es claro: el PU debe estar por encima del Estado, es su conquistador y, por ende, su dueño. ¿Cómo llega el Partido Revolucionario (PR) a convertirse en Partido Único? El autor distingue dos funciones en el proceso de consolidación del partido. En primer lugar están las “funciones transitorias”. En esta fase se debe llevar a cabo un trabajo consistente en la preparación ideológica de la opinión pública. A esto añade que el partido, un vez triunfante, debe dar la sensación a la población de que tiene efectivamente las riendas del poder, dar “la impresión reconfortante de ser dirigido y de tener al frente hombres que saben lo que quieren”, señala Manoilescu. La multitud, en los estudios de Gustave Le Bon (1841-1931), adquiría un carácter “femenino” (teniendo en consideración la limitada visión machista que se tenía de la mujer en aquella época). Para Mussolini, quien conocía las teorías de Le Bon, la multitud era como una mujer, ya que se sentía atraída a los hombres fuertes. Hitler, por su parte, aseveraba:

El pueblo tiene, en su gran mayoría (…) unas características disposiciones hasta tal puntofemeninas que sus opiniones y sus actos son conducidos mucho más por la impresión que reciben sus sentidos que por la reflexión pura (…) No tiene matices, sino únicamente unas nociones positivas o negativas de amor o de odio, de derecho o de injusticia, de verdad o de mentira: los sentimientos intermedios no existen[8].

Más allá de la perspectiva machista de lo anterior, el punto es que el partido debe hacer gala de poder y de que se dirige con seguridad hacia el ideal propuesto. Un ejemplo por antonomasia de esto es, para Manoilescu, el caso del nacional-socialismo en Alemania, puesto que desde los primeros días de su triunfo había logrado dejar estupefacto al mundo por la rapidez y la lucidez de sus reformas. La conquista del poder significa el apoderamiento del poder estatal por parte del PR que deviene en PU. Tanto en la URSS como en Alemania e Italia, señala el autor, los partidos revolucionarios se han convertido en partidos únicos y “cuanto más fuerte y más popular en el momento de su triunfo es el partido revolucionario, más rápida ha sido la unificación política del país[9]. El Estado es un mero instrumento y es considerado como una “organización” o construcción jurídica frente a dos “organismos” que son el PU y el pueblo, que mantienen una relación de continua simbiosis.

Así, dentro de las tareas transitorias, la unificación es un tema medular y, la  verdadera unificación, de acuerdo a Manoilescu, supone la conciencia común, la comunidad de ideal y la unidad de fines nacionales. ¿Cómo imponer un ideal en torno al cual se unifiquen todas las fuerzas sociales? Aquí Manoilescu transitará por el mismo camino que su contemporáneo, Antonio Gramsci. El PU debe lograr imponer lo que el autor denomina como “ideas-fuerza” por medio de una educación política sistemática. El PU debe crear un “mito”, una idea simple y clara que llegue a todas las masas, y que contenga un “fuerte color afectivo”. Este mito, añade el rumano, debe tener un contenido espiritual, ya que las masas no luchan jamás sino por lo que se encuentra por encima de ellas. El antropólogo social, Bronislaw Malinowski (1884-1942), explicaba que el mito cumplía una función indispensable en la cultura. En primer lugar, el mito expresa, exalta y codifica las creencias. En segundo lugar custodia y legitima la moralidad. Por último, garantizaba la eficiencia del rito y contenía las reglas prácticas para aleccionar al ser humano. Para Hitler, la propaganda, como difusora de las ideas-fuerza o del “mito”, tenía que responder en su forma y en su fondo al nivel cultural de la masa, y la eficacia de sus métodos debería apreciarse exclusivamente por el éxito obtenido.

Desde esta perspectiva es que se debe entender que el PU debe ser un modelo a seguir, por lo que debe tener y adherirse aestrictos principios éticos y sus jefes deben ser una encarnación de los valores supremos que el PU predica. Manoilescu se refiere al PU como una orden y un ejército, así como un “instrumento divino para la salvación de la patria”. Chávez, por ejemplo, aseveraba que el partido constituía el motor en el alma del pueblo, lo que significaba que era la misión del partido orientar y fortalecer la “conciencia social”. A este partido, por lo tanto, se le debe dar todo, tal como se le debe todo a la patria y el poder de este no tiene límite alguno frente a sus miembros. La elite o la nueva clase política debe ser altruista, unmodelo de sobriedad y desprendimiento, que no pide nada para ella:

Mientras que las oligarquía directivas de los antiguos regímenes eran egoístas e interesadas, las nuevas elites políticas creadas por las revoluciones contemporáneas, son esencialmente desinteresadas. No forman una clase social y pueden imponerse a todas ellas[10].

Dentro de esta fase transicional en donde el PR deviene en PU es esencial la figura del “Jefe” (Führer o Duce) encarnado por personajes como Kemal Atatürk (Turquía) Hitler (Alemania), Mussolini (Italia) o Salazar (Portugal). Un ejército sin jefes, apuntaba Hitler, carecía de eficacia y, de igual forma, era inútil una organización política no dotada de su respectivo Führer. Durante el período liberal, el ambiente no había favorecido el florecimiento de tales personalidades, ya que el Estado liberal temía a los gigantes. En cambio, añade Manoilescu, el Estado totalitario y unitario los llama. El Jefe tiene la responsabilidadde fusionar el PU con el Estado, así como mantener la unidad de los fines y la convergencia de los medios, ya que es él quien se encuentra por encima de los demás revolucionarios y es quien posee una visión anticipada de los que debía ser el nuevo Estado. Son los nuevos iluminados dentro de esta nueva cuasireligión secular, son los Danton, Napoleón, Lenin, los Hitler y Chávez. Manoilescu va más allá y señala que el “Jefe” es una encarnación y, como tal, no necesita dentro de su sistema la democracia representativa.

La necesidad del pueblo de hacerse representar se ve colmada por el “jefe”. La única representación popular válida no es la democracia representativa sino que el jefe mismo. Otra labor del partido es la eliminación de las ideologías rivales y la absorción de los partidos secundarios. La ideología del PU, concebida como un verdadero dogma, no podía admitir competidores. Hitler afirmaba que la magnitud de toda organización poderosa que encarnaba una idea, radicaba en el fanatismo religioso y en la intolerancia con que esa organización, convencida íntimamente de la justicia de su causa, lograba imponerse sobre otras corrientes de opinión. En virtud de lo anterior, Hitler añadía que el éxito del cristianismo se debía principalmente a su inquebrantable fanatismo. Más importante aún es penetrar en la educación, específicamente la educación política de los jóvenes y, junto a esto, el control total sobre la prensa y los órganos de publicidad. En la selección de su personal, y en virtud del carácter militar del partido, Manoilescu señala que nadie podía convertirse en oficial, sino pasando por ciertas escuelas y recibiendo una educación adecuada, es por ello que el partido debe tener sus propias organizaciones juveniles con el objetivo de implementar su función pedagógica:

Los tres partidos únicos que tienen una organización fuerte y rígida: el partido comunista fascista y el nacional-socialista, tienen todos ellos instituciones preparatorias para la juventud (…) Lo que hacemos notar aquí es que esta preparación es ante todo una escuela del carácter y después, una escuela de ciencia política. Así, el los fasci de jóvenes hay cursos de preparación política en cada federación y servicios sucesivos en los diferentes puestos de mando”[11].

Nicolae Ceaușescu and Elena Ceaușescu en Rumania

Pasemos ahora a las “funciones permanentes” del PU. En primer lugar está la defensa del régimen por parte de los militantes voluntarios, idealmente, y por la policía. Para ello es crucial el papel que juega la “nueva elite”, una minoría selecta, la vieja guardia, los apóstoles, los iluminados políticos que tienen una particular y fanática vocación política. Esta elite tiene que llevar a cabo una gran obra pedagógica que es la educación política de la nación. Si bien el uso de la fuerza no es descartado, se privilegia la “persuasión”. En palabras de Manoilescu:

Ellos son los que deben arrancar del espíritu del pueblo las antiguas herejías; ellos, los que han de perseguir todas las tendencias divergentes que no caben en el cuadro del Estado totalitario creado por el nuevo régimen. Se comienza por una labor vigorosa de desintoxicar las almas; se continúa por un entrenamiento sistemático del pueblo en los nuevos caminos abiertos por el régimen. Y para una y otra labor, el partido único es indispensable. Depositarios del nuevo dogma, los miembros de este partido son los únicos en condiciones para predicarlo[12].

Hugo Chávez, en una reunión con las “patrullas socialistas”, señalaba que el Partido debía ocuparse de desarrollar una estrategia comunicacional, lo que implicaba poner en marcha los medios del Partido en combinación con el Gobierno, para difundir el socialismo entre la población. Añadía que no había nada más peligroso en una guerra que un soldado desinformado. Hitler, por su parte ( y apelando también a la analogía militar), enfatizaba que el partido debía ser como el ejército, es decir, ser una institución que realizara una selección rigurosa de los elementos de la nación aptos para la dirección política. Al respecto, escribe Manoilescu:

De esta manera la disciplina ha vuelto ser una virtud cívica y todos los grandes movimientos políticos de nuestra época coinciden con un profundo y natural recrudecimiento del espíritu militar. Y no se trata de una moda pasajera, sino una vuelta definitiva a los métodos tradicionales de toda sociedad normal. La formación casi militar de los partidos políticos revolucionarios que se han establecido como partidos únicos, no es debida, pues, a un capricho de jefes, sino a una exigencia del siglo[13].

En su “Mein Kampf” el líder nacional-socialista daba a entender que el ideal de unificación, esto es, la nacionalización de las masas, sólo era posible por obra de un criterio intolerante y fanáticamente parcial en cuanto a la finalidad perseguida. De acuerdo a Manoilescu cuanto más consistente y más organizado es el PU, tanto más se prefiere el nombramiento a la elección, y al selección al sufragio.

Si bien estos nuevos inquisidores modernos son implacables y críticos en su vigilancia de que se mantenga la ortodoxia ideológica, tal espíritu crítico tiene un límite cuando se trata de la discusión al interior del PU. Si bien la crítica es aceptada, esta nunca puede siquiera amenazar la unidad espiritual y la disciplina del partido, que son superiores a cualquier idea crítica. La violación de este principio, el pensamiento unidimensional, puede significar la excomunión, el destierro o incluso la muerte. En suma,  para el autor rumano, las masas no podían prescindir de la elite, nunca serán lo suficientemente maduras para prescindir del paternalismo del PU, (algo que chocará y humillará a quienes han sido educados en el espíritu individualista, dice el mismo autor)

Moneda conmemorativa que muestra los directores del Banco Nacional de Rumania, entre ellos Manoilescu

Moneda conmemorativa que muestra los directores del Banco Nacional de Rumania, entre ellos Manoilescu

[1] Norberto Bobbio, Perfil ideológico del siglo XX en Itali (México: FCE, 2014), 77.

[2] Andreas Schedler, La política de la incertidumbre en los regímenes electorales autoritarios (México: FCE, 2016).

[3] Mihail Manoilescu, El Partido Único (España: Editorial Heraldo de Aragón, 1938), 26.

[4] Ibid., 35.

[5] Ibid., 29.

[6] Ibid., 34.

[7] Ibid., 47.

[8] Serge Moscovici, La era de las multitudes. Un tratado histórico de la psicología de masas (México: FCE, 2013), 143.

[9] Ibid., 69.

[10] Ibid., 57.

[11] Ibid., 138.

[12] Ibid., 88.

[13] Ibid., 130.